El caso Pujol está suponiendo un auténtico mazazo contra la moralidad pública, la credibilidad del nacionalismo catalán y la democracia española, conceptos que sólo se relacionan ya en términos de anacoluto.

El hecho, todavía judicialmente presunto, pero con todos los visos de la realidad, de que la familia del ex presidente de la Generalitat, con el padre y patriarca a la cabeza, haya estado cobrando cantidades fabulosas en concepto de sobornos ha hecho estremecer los cimientos del sistema.

El ex fiscal Villarejo, que asesora a algunos de los partidos y entidades que se han querellado contra los Pujol, mostraba ayer su extrañeza de que estas actividades delicitivas --presuntas aún, ya digo--, del moderno apóstol del nacionalismo catalán hayan permanecido ocultas durante cerca de treinta años, período en el cual la imagen pública de Pujol ha sido, en efecto, la de un político polémico, sí, pero éticamente honorable. En todo ese tiempo, en el que se han sucedido tres generaciones y varios gobiernos, nadie, ningún particular o partido, policía o guardia civil ha descubierto o sabido de este siniestro fraude, de las cantidades que iban y venían de Barcelona a Andorra y paraísos fiscales, de mordidas que oscilaban entre el 3 y el 15%, de mensajeros, conseguidores, correveidiles, evasores y otros muchos políticos y funcionarios corruptos que, lógicamente, tuvieron que participar en la trama de un modo u otro, desde mediados de los años ochenta.

Sobrado de facultades y obviamente complacido por encarnar, de puertas para afuera, la imagen impoluta del líder carismático que gana una elección tras otra, Pujol se permitió, además, el lujo de criticar a otros políticos, llegando a decir de José Luis Rodríguez Zapatero: "Es el único que nos ha engañado a todos todo el tiempo".

Supongo que algún policía forense especializado en psiquiatría criminal podría extraer de esta declaración conclusiones como, por ejemplo, la de haberse producido desde el inconsciente del sospechoso (Pujol) una transferencia personal a otro individuo de la competencia. Porque si hay alguien, en la política española de la Transición, que efectivamente nos ha engañado a todos todo el tiempo, ése ha sido Jordi Pujol.

Y puede que aún nos vuelva a embolicar.