Ya ven: Ortega y su mujer, aseguran que han derrotado un golpe de Estado. Pero cuando el presidente de Nicaragua denuncia las satánicas conjuras de quienes pretenden poner fin a su reinado, encarna otra vez a tantos otros que a lo largo de la historia utilizaron los dogmas del autoritarismo y los trucos del oportunismo para convertir una victoria del pueblo en simple dictadura personal, amparándose con mayor o menor habilidad en la consabida retórica pseudorevolucionaria. Pero todavía hay por el mundo, y no digamos en España, gente que compra esa mercancía averiada tomándola por el progresismo más verdadero. Ahora mismo sucede con quienes aquí, entre nosotros, intentan asegurar que los Ortega, como Maduro, son personajes egregios de la izquierda acosados por el imperialismo. ¡Jo!

A finales de los 70, la revolución sandinista provocó una enorme empatía en todo el mundo. Acabar con el tirano Somoza atañía a muchas personas que también en España rápidamente recogieron dinero para que los compañeros nicaragüenses pudieran comprar equipos de telecomonicaciones o fusilas FAL. Ver en las noticias a los muchachos, con sus pañuelos rojinegros y sus carabinas del 22, armas de juguete, enfrentándose a la Guardia Nacional en las barricadas de los barrios populares de Managua, en León (ciudad hermana de Zaragoza), en Masaya o Estelí nos conmovía. Y ahora, 39 años después, hemos visto al ejército y las milicias de Ortega y su Gobierno recorrer la misma ruta y acosar las mismas ciudades para derribar las mismas barricadas y barrer con las ametralladoras a los hijos y nietos de aquellos muchachos de entonces.

Muchos sandinistas de aquellos años 70 abominan de la actual versión (burocratizada, corrupta y dictatorial) del Frente en el que un día militaron y por el que lucharon con las armas en la mano. Quizás el mismo Sandino se remueve en la tumba cuando llegan allí los ecos de la brutal represión que abate a los ciudadanos nicaragüenses. Y la solidaridad debe provocar hoy la misma empatía.