La historia no procede linealmente. Como dijo Lenin: «Hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que pasan décadas». Estas palabras son muy adecuadas para el momento actual.

El covid-19 se ha transformado en el primer sujeto revolucionario no humano de la historia global. Cuando una revolución era ya una utopía, un virus a todos los efectos provocó una auténtica revolución, paralizando toda la economía mundial, trasformando las democracias en estados de excepción, sembrando el miedo a nuestra propia extinción, vaciando las calles de las ciudades y limpiando el cielo de contaminación, lo que supuso el retorno de otras especies a su antiguo hábitat.

Ha modificado las relaciones humanas por lo de la distancia social no solo con toda la sociedad, sino también a nivel familiar. Tenemos miedo al otro, incluso a nuestra pareja, ya que nos proscribe una sexualidad como cópula en sentido estricto, es decir, como contacto con otro cuerpo. ¿Será la sexualidad virtual?

Ha cambiado sustancialmente la metodología de la enseñanza. Se asiste a una celebración, resignada o gozosa según los casos, de la reconversión masiva de la enseñanza presencial en profusión de contenidos virtuales, tanto en la universidad como en las enseñanzas no universitarias. El mundo del trabajo sigue el mismo camino, con la puesta en marcha del teletrabajo, que no supone una liberación para el trabajador, sino mucho más control y dependencia de la empresa.

En el ámbito religioso se han cerrado los templos, como los bares, y una vez abiertos se ha prohibido el agua bendita, lo que implica que ya no es portadora de ningún poder sagrado sino, al contrario, agua común o bien potencialmente contaminante en lo virológico (casi una inversión de agua bendita en agua maldita).

La pandemia ha puesto de rodillas a los sistemas sanitarios, incluso a los de los países desarrollados. Al respecto es muy interesante el artículo de Maurizio Lazzarato. ¡El virus es el capitalismo! En el contexto de los procesos de privatización de la sanidad, convertida en una mercancía más, los recortes en los gastos de atención sanitaria, la no contratación de médicos y personal sanitario, el cierre continuo de hospitales o de camas y la concentración de las actividades restantes para aumentar la productividad, «cero camas, cero stock» suponen la aplicación del New Public Management.

A partir de los 80 surgió una nueva organización de la Administración pública regida por valores como la eficacia y la eficiencia, procedente de la empresa privada. La idea es organizar el hospital según la lógica de los flujos just in time de la industria: ni camas ni ucis deben quedar desocupadas porque constituyen una pérdida económica. El método justo a tiempo, JIT, es un sistema de organización de la producción para las fábricas, de origen japonés, el método Toyota, que permite reducir costos, especialmente de inventario de materia prima, partes para el ensamblaje y de los productos finales. Aplicar esta gestión a los bienes (¡sin mencionar a los trabajadores!) fue problemático, pero extenderla a los enfermos además de una locura es una maldad. El stock cero también en los equipos médicos (las industrias no tienen respiradores disponibles en stock y tienen que producirlos), medicinas, mascarillas, etc. Todo tiene que estar just in time.

La lógica contable en la Administración pública, obsesionada con una tarea típicamente capitalista: optimizar siempre y en cualquier caso el dinero (público) para el cual cada stock es una inmovilización inútil, adoptando otro reflejo típicamente capitalista: actuar a corto plazo. Por lo tanto, los Estados, perfectamente alineados con la empresa, se han encontrado desprevenidos ante una emergencia sanitaria «impredecible». Cualquier contratiempo hace que el sistema de salud salte por los aires, produciendo costos en vidas humanas, pero también económicos mucho mayores que los ahorrados con las políticas de recortes.

Si nos fijamos en el monopolio de los medicamentos, la injusticia es más insoportable. Muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes de start-up para tener el monopolio de la innovación. Gracias al control monopolístico, luego ofrecen medicamentos a precios exorbitantes, reduciendo el acceso a los enfermos. El tratamiento de la hepatitis C hizo que la empresa que había comprado la patente (que costó 11.000 millones) recuperara 35.000 millones en muy poco tiempo, obteniendo enormes beneficios sobre la salud de los enfermos (sin la habitual justificación de los costes de la investigación, es pura y simple especulación financiera).

Si no se expropia a estos chacales, si no se destruyen los oligopolios de las grandes farmacéuticas, cualquier política de salud pública es imposible. ¿La vacuna será accesible a todos? La política como consecuencia de la pandemia la marca la medicina. Es evidente que sin la medicina será imposible salir de la pandemia, pero sin la política la medicina podría convertirse en una ciencia sin rumbo y, por ello, a merced de quienes deseen encauzarla para sus propios beneficios. Podríamos seguir poniendo otras secuelas ya observables. Entiendo que habrá un antes y un después de la pandemia. Lo que nos debería preocupar a todos, ¿el futuro será beneficioso para la Humanidad en su conjunto?.

*Profesor de instituto