Un viejo conocido me llamó para darme su personal réplica al artículo que escribí aquí hace justo una semana. Entonces puse en tela de juicio el papel que han estado jugando los llamados servicios de inteligencia occidentales en la lucha contra el terrorismo islamista y en la vida política cotidiana. Pero mi comunicante, antiguo y perspicaz policía, me llevó la contraria.

--No es como tú lo explicas --me dijo--. Tal vez sea verdad que en la cúpula de los servicios de inteligencia y las fuerzas de seguridad haya burócratas decididos a bailarles el agua a los políticos con tal de que éstos les correspondan con prebendas y ascensos. Pero los evidentes fallos que se han producido en relación con los atentados del 11-S, del 11-M o respecto de los motivos para invadir Irak no se han originado tanto en las sedes de la CIA americana o el CNI español, o en el FBI y nuestra policía, sino en los correspondientes gobiernos. Los errores o las malas intenciones tienen origen político. Sólo son responsabilidad de la comunidad de la información en la medida en que ésta se plegó a las exigencias de sus jefes naturales: Bush, Powell, Blair, Aznar o Acebes. La inteligencia está siendo usada ahora como chivo expiatorio.

¡Ay, amigo!, le dije y me dije para mí. ¡Cuántas veces he oído esa misma excusa! Los espías que se equivocan, los policías que marran, los periodistas que disfrazan la verdad (sí, todos ellos miembros de esa comunidad de la información ) siempre arguyen que se limitaron a cumplir las expectativas declaradas de sus directores, mandos o editores. También los militares que pierden las guerras (españoles, prusianos o norteamericanos) suelen hablar de puñalada por la espalda . Pero la verdad siempre nos hace ver que las cosas son a la vez más complicadas y más sencillas y que la obediencia debida no es coartada suficiente cuando nos vemos implicados en determinados... desarreglos.

Ciertamente toda esa comunidad que maneja la información (la que se difunde y la que se oculta) está muy condicionada políticamente, como por otro lado ocurrió siempre. Pero es responsabilidad suya haber aceptado una serie de imposturas que empiezan en el mismo lenguaje y llegan más allá de los conceptos para transformarse en actos execrables y sucesos vergonzosos. Los políticos son una pieza más de ese engranaje, pero no su eje esencial.

El ejemplo más nítido de lo que intento decir es la cuestión del terrorismo. Un asunto trillado, analizado, manipulado y supuestamente visto para sentencia. ¿De verdad? Veamos por un instante el caso de ese estado de Oriente Próximo que sin duda alguna fabrica y almacena armas de destrucción masiva (varias decenas o centenares de bombas nucleares así como vectores adecuados para transportarlas y hacerlas detonar en cualquier otro país de la zona); además ese mismo estado soberano ha invadido territorios ajenos, ha desoído sistemáticamente las resoluciones de la ONU que condenan sus acciones, no admite la vigencia de ningún tribunal internacional, ataca indiscriminadamente con armas de guerra objetivos civiles, ha institucionalizado la tortura y la detención arbitraria, mata niños, destruye hogares... Esa nación se llama Israel. Y se supone que sus actos no son terrorismo porque así lo avalan los Estados Unidos de América, o porque no es lo mismo matar niños con un coche bomba que hacerlo con misil teledirigido.

Hablemos de niños asesinados. Si una criatura muere violentamente en Sudán a manos de milicianos decimos que su fallecimiento ha sido causado por una "catástrofe humana". Si cae trabajando en una mina de América Latina tal vez cataloguemos su desaparición como "accidente". Si ha recibido los disparos de soldados israelíes en Nablús o de marines norteamericanos en Faluya, se la puede considerar un simple "daño colateral" o consecuencia de "un error que está siendo investigado". Pero si queda reventada por la bomba de un suicida, entonces sí que la catalogamos como "víctima del terrorismo". Un niño pequeño sólo es un niño pequeño, un pobre ser inocente. Sin embargo hemos convenido en ubicar su muerte en diferentes categorías según las circunstancias de su asesinato, el lugar y sobre todo la autoría del crimen.

A la tortura la denominamos "interrogatorio bajo presión física", a los prisioneros de guerra les denominamos de mil extravagantes formas (según merezcan o no ser acogidos por la Convención de Ginebra), los mismos muertos pueden haber sido "asesinados" o "abatidos" (los insurgentes y fuerzas irregulares suelen "asesinar", pero las tropas uniformadas "abaten"), las armas de destrucción masiva son inocentes "medios de disuasión" o malvados instrumentos del terror. En todo caso ¿qué es un arma de destrucción masiva? ¿Una bomba de neutrones o un tarro de gas sarín? Dependerá claro de quién la tenga.

Este delirio terminológico y conceptual se ha llevado por delante casi todo, e impede informar sobre la realidad del mundo actual. El cinismo más rampante ha sustituido a las anteriores pretensiones de fingir decencia. Los Estados Unidos se arrogan el derecho a juzgar, condenar y aplicar la sentencia a quien le plazca, pero exigen para si mismos la más total impunidad. Y aceptar este tipo de códigos morales y lingüísticos se ha convertido en condición ineludible para ser considerado políticamente correctos ¿Entonces?

Esta es una situación de la que todos somos responsables. Los de la comunidad de la información , los primeros.