Tremendo postureo. Como casi todo ahora. A la caza del me gusta . Que si no publicas tus hazañas en el Instagram, en el Facebook o en el Twitter es que eres un panoli, traducido para millenials: un boomer . Pero hay a gente que no la engañas ni con todos los filtros del universo. Ni echando no sé cuántas capas de mentirijilla encima de la fotografía de turno. A Manu no se la colé. Es listo, el pájaro. Será porque él tiene varios máster en neorruralismo con cum laude en montañés avanzado, que es mucho muchísimo. La foto en cuestión era con seis carretadas de rovellons , rebollones para el centralismo baturro y níscalos para el resto de Hispania. Gordos, enormes, la envidia de todo mercado gourmet. Vamos a dar más datos. En la imagen salía el menda lerenda y la interpretación era sencilla, reconocía mi maestría para la captura del hongo anillado y anaranjado.

Ni de Blas. Manu lo sabía. Conoce el medio. ¡Ahí te han llevado! Y sí, me llevaron. ¿Quiénes? Pues los del pueblo, quien si no, aquellos que saben donde crece hasta la última brizna de plantita comestible en la comarca que para mí es un hierbajo más, aquella florecilla casi extinta en medio de una barranquera que no distinguiría ni delante de mis tiernas narices y, por supuesto, todo buen huevo de Rey, fredolic, llanega, colmenilla o cep que llevarse a la boca en todas sus modalidades culinarias. Pruébenlos en tortilla si pueden adquirirlos a un ojo el kilo en su tienda de referencia.

Y el mérito de este safari fotográfico y setero no es tanto que en veinte minutos ya teníamos la cesta a rebosar, el regustete de encontrar una gordota y sana o diez debajo de un arbusto, la charrada con Antonio en el camino, lo bien que los cocinó mi madre, que para algo es de pueblo, o lo que fardé en redes. El meritazo es que te lleven, que te desvelen un secreto más confinado que el del pangolín chino o el murciélago comestible. Que te lleven a por setas, esas que nunca hay en tu municipio, pero sí en el del vecino, es seña máxima de integración, de que eres un poquito de los suyos.

Solo hay una cláusula en el contrato setero. Ni aunque te cante susurrando Silvia Pérez Cruz al oído puedes desvelar el lugar de la captura. Te lo llevas a la tumba. O donde quieras, pero te lo llevas. Y así lo haré, señores. Calladito, con los labios bien sellados pese a cualquier tortura. Por respeto al regalo hecho, pero, sobre todo, por el valor por la confianza en mostrarme lo suyo, su conocimiento. Porque que confíen en to y respetarles, ese es el verdadero secreto, candidatos a neorrurales. Para las setas y para lo demás. En el pueblo y en tu barrio.