Líbreme Dios de decir una palabra más alta que otra sobre el traslado del cura Miguel Pajares y la monja Juliana Bohi en un avión militar. Deberían haberlos sacado antes. Después del número de los 127 kilos de coca estibados en el buque escuela Juan Sebastián Elcano, era lo mejor que podía sucederle a la imagen de las Fuerzas Armadas. Ni siquiera cuestionaré que los instalen en el hospital Carlos III al poco de que la Comunidad de Madrid haya decidido desguazarlo como centro de referencia para enfermedades infecciosas. Pero sí parece oportuno preguntar cuánto podría haberle costado a la comunidad internacional impedir las mil muertes del ébola en África. Cuánto debería haber gastado Europa para garantizar medidas básicas durante una epidemia, como disponer del equipo adecuado o instruir en profilaxis a la población. La cifra no sería ni cabecera en un telediario. Hace pocos años, el primer mundo se pulió miles de millones en el fantasma de la gripe A. Solo con agitar el riesgo de una epidemia en casa desde los medios de comunicación y en los despachos oficiales, la industria farmacéutica facturó el negocio del siglo. Pero en África apenas vive nadie a quien facturarle. Mientras el virus no salte, seguiremos regateando euros y exigiéndole a Obama que actúe. Cuando el ébola sea negocio, se descubrirán las curas. En Italia reina un escándalo porque el capitán del Costa Concordia ha dado un seminario sobre gestión del pánico en la Facultad de Medicina de la Sapienza de Roma. Visto lo visto, no parece tan mala idea. Politólogo