Las últimas encuestas del CIS siguen calificando la situación económica como mala (82%) frente al optimismo de Mariano Rajoy (1,3%), consideran que estamos igual o peor que el pasado año (87%) y vislumbran un año 2015 parecido (67%). Si a esto le añadimos que el 80,5% percibe mal la situación política, el 82% peor que hace un año y sin perspectivas de mejorar en el próximo (75%), no extrañará que el 70% valora negativamente al Gobierno y el 64% a la oposición, lo cual nos lleva a un 87% de españoles que no confían en el Presidente del Gobierno, ni un 68% en el líder de la oposición, rechazo solo superado por los miembros del Consejo de Empresas Familiares que le dieron un rotundo varapalo a la situación política (1,08 sobre 9).

Con estos datos no deberían extrañar los resultados en la intencionalidad de voto, porque el dibujo social es el de una sociedad con miedo, desconfianza, frustración, sin futuro y mucho cabreo ante la escasa reacción de los partidos y los políticos. Seguramente lo más destacable en el futuro escenario político es la consolidación de tres grandes bloques (PP, PSOE y Podemos) con escasas diferencias entre ellos, quebrando el bipartidismo histórico nacido en las primeras elecciones democráticas. La pérdida del PSOE de la hegemonía en la izquierda que ha mantenido desde 1977. La caída en picado de las formaciones IU y UPD llamadas a ser el voto refugio del cabreo y reducidas a menos de la mitad en apenas nueves meses.

No es muy habitual que una opción política tras ocho meses de vida y cinco de concurrir en sus primeros comicios, consiga esta tendencia continuada y creciente de voto en las encuestas: aunque falta un año para las elecciones generales y en este tiempo puede ocurrir cualquier cosa en la economía, corrupción, crisis... Podemos va a ser una referencia importante en el futuro Parlamento. ¿Para qué? Hoy es una incógnita que no es posible resolver. Guardando las distancias y con la debida prevención, presiento momentos de cambio con muchas similitudes al producido en 1982 con el primer triunfo electoral del PSOE, entonces fue la ilusión de lo nuevo contra el viejo franquismo, ahora es la ira contra "la casta" que simbolizan los partidos y el sistema surgido en 1977. Entonces lo hicimos desde la izquierda, ahora desde unos movimientos sociales alejados y enfrentados muchas veces a la izquierda tradicional.

La ilusión que están generando radica más en la conexión con los sentimientos y el estado de ánimo de la ciudadanía que en las promesas programáticas que alientan. En este país donde la decepción por los incumplimientos de programas es habitual, sería la primera vez que esto ocurriese. Sí es cierto que destilan populismo al decir aquello que la gente quiere oír, pero no más que Mas prometiendo la independencia de Cataluña, el Consejo Empresarial para la Competitividad planteando crear 2,3 millones de nuevos empleos en tres años o Rajoy afirmando que hemos salido de la crisis. Todo aquello que exceda la normal confrontación política les refuerza, porque sitúa el debate político al nivel de los sentimientos y emociones tan difícil de racionalizar como el nacionalismo o el amor a la patria y la bandera.

El problema no es esta nueva opción política sino el estado del sistema y la manifiesta incapacidad para reformarlo por parte de los partidos mayoritarios, la arrogancia de su propia pereza les lleva tarde a luchar contra la corrupción o regenerar la vida política e institucional. Las consecuencias estamos viéndolas estos días con un Gobierno popular incapaz de responder a los casos de corrupción que día a día le van diezmando y una oposición socialista desnortada para liderar una alternativa que sustituya a la propia impotencia del Gobierno.

La galopada de Pedro Sánchez por recuperar espacio político y mediático dando nuevas propuestas programáticas cada semana es loable y gratificante, el problema lo tiene dentro del partido, si no es capaz de reformar las estructuras internas para que estén al servicio de los ciudadanos, controle las instituciones y dejen de ser centuriones del jefe de turno, perderá credibilidad y parte de la legitimidad que le dio su elección por los militantes. El encaje de bolillos que está haciendo entre la regeneración que demanda y los carteles electorales que consiente en los territorios con caras que llevan demasiados trienios en el "control del aparato interno", está desmovilizando la organización, parecida cada día más al "silencio de los corderos" que al motor del cambio que le impulse a mejorar resultados y recuperar la hegemonía en la izquierda. El sabrá...