El comportamiento más social que podemos tener los humanos es disfrutar de la soledad. La clave de esta aparente paradoja está en valorar, como positiva, una decisión propia que surge a favor de uno mismo y no contra los demás. <b>Jean-Paul Sartre</b> decía algo parecido desde su existencialismo: «Si te sientes en soledad cuando estás solo, estás en mala compañía». Si quieren otra visión más optimista del mismo problema, piensen que siempre habrá alguien que disfrute de nuestra soledad. Quizás todos los demás. Con este razonamiento quiero demostrarles que lo más opuesto al obligado aislamiento social no son las aglomeraciones, sino los comportamientos ermitaños. Ya que estos son voluntarios, deseados y disfrutados. Nada que ver con el confinamiento que hemos sufrido, más que vivido. Los psicólogos ya estábamos mosqueados, antes de la pandemia, por fenómenos de aislamiento que se dan en sociedades desarrolladas. Me refiero a los denominados hikikomoris. El término lo acuñó el psiquiatra japonés Tamaki Saito y hace alusión a personas, en su mayoría jóvenes, que viven en solitario y rechazan el contacto social. Lo hacen con sufrimiento, a diferencia de los ermitaños o anacoretas. Otra cuestión es que los padres estén dispuestos a hacerse el harakiri, ante el acomodo de unos hijos que no quieren irse de casa. Pero si son los vástagos los que no tienen forma de independizarse, tendremos que pensar más en la economía y el empleo que en la psicología.

Nuestro genial Buñuel inmortalizó al anacoreta más cinematográfico, en su mediometraje de 1965, Simón del desierto. Pertenece a un grupo cualificado de esta especie solitaria, los estilitas. No confundirlos con los estilistas que asesoran en cuestión de imagen y estética. Estos seres extraños que apenas comían, vestían de forma muy peculiar y andaban todo el día subiditos por las alturas (me refiero a los estilitas), tenían por costumbre vivir en lo alto de una columna. Su aislamiento mundano consistía en alejarse de los demás por elevación. Algo que comparten hoy en día sus falsos herederos, con personalidades y profesiones que nos miran por encima del hombro mientras piensan por debajo del ombligo. Pero los auténticos anacoretas son seres pacientes desprovistos de intereses terrenales. Disfrutan con su soledad porque les acerca a la perfección espiritual. El personaje que encarnó Claudio Brook en la película del director calandino, sería hoy don Fernando, el doctor Simón del desierto. Nuestro epidemiólogo maño resiste en su sólida columna científica a todo tipo de ataques y tentaciones. Por un lado, la Guardia Civil más patriótica lo tiene en el radar. Aunque este va con más exceso de velocidad que el objetivo al que persigue. Al mismo tiempo, las derechas quintacolumnistas exhalan azufre parlamentario para intoxicar con adjetivos de destrucción masiva. Pero el ministro Illa responde a la oposición, con la misma paciencia e ironía con la que contestaba el maestro a su discípulo tras preguntarle este ¿qué es peor, la ignorancia o la indiferencia? A lo que el sabio replica: ni lo sé, ni me importa. Así, el máximo responsable de sanidad ha pedido a los dirigentes del PP que feliciten a su compañera Ana Mato, exministra con Rajoy de su misma cartera, por el fichaje de Fernando Simón como principal colaborador del actual Gobierno frente a la pandemia.

Nuestra sociedad Se va desperezando de este obligado, y no deseado, parón. El aislamiento por razones sanitarias requiere la concienciación por razones sociales. Y ambos van en paralelo. El asesinato del ciudadano negro George Floyd, bajo la pierna asfixiante de un policía en Estados Unidos, nos recuerda que allí gobierna la rodilla y el rodillo de Trump. Pero también que la movilización ciudadana, si se transforma en participación electoral, puede cambiar el futuro. Las elecciones de noviembre llegan muy pronto para Alexandria Ocasio-Cortez, pero esperamos que no sea demasiado tarde para <b>Biden</b>. Tendrá que congratularse con el voto negro, de la mano de <b>Obama</b>, y apoyarse en la izquierda de <b>Sanders</b>. Otro ejemplo viene del deporte. El que fuera jugador del Zaragoza, <b>Borja Iglesias</b>, ha sacado lo mejor del fútbol con un gesto de solidaridad contra la violencia racista y la homofobia. Sus uñas de luto representan un grito de esperanza y reivindicación, frente a la intolerancia ultra que el propio jugador ha sufrido, por su guiño cómplice contra la barbarie.

Aragón va recuperando el pulso. Los pactos cantan y las persianas se levantan. Firma casi unánime en las Cortes de Aragón y Ayuntamiento de Zaragoza, con fuerzas políticas y agentes sociales, para reconstruirnos. Azcón podría estar ante su foto más útil, con un posado social que le diferencie del modelo Ayuso. Y si el doctor Simón ha conseguido que le veamos más bien como al apuesto Garfunkel, bien podríamos contemplar a Pedro Sánchez en el rostro de Lambán, a poco que se esfuerce el ejeano. Ahora se trata de convertir unos buenos acuerdos en resultados prácticos, dotándolos de recursos económicos, calendario y planificación de objetivos. La política solo cobra sentido cívico cuando se convierte en realidad para las personas. La sociedad no necesita políticos estilitas ni estilistas. Necesitamos compromiso común, esfuerzo compartido y mucha transparencia.

*Psicólogo y escritor