Mariano Rajoy es un hombre templado, medido y prudente. Para algunos, incluso demasiado pausado. Su equipo no tiene mucho que ver con él, tal vez, sencillamente, porque no los haya elegido el actual presidente del PP sino que sean herencia de la época de Aznar. Hay algunos símbolos evidentes que hacen difícil no situar esta perspectiva en la realidad de lo que sucede en el Partido Popular. Esta misma semana, en el debate donde el ministro de Defensa, José Bono, presentó su informe sobre el accidente del Yak 42, quedó en evidencia ese PP bronco, con aristas y dispuesto a sacar los pies de los usos formales de la democracia.

El fuego lo había abierto Loyola de Palacio deseándole la muerte a Fidel Castro, tras tener conocimiento de un accidente en el que el jefe de la revolución cubana se había fracturado la rodilla y un brazo. De Palacio --una de las imágenes más cristianas del PP-- formuló, ante un grupo de periodistas, su deseo de que Castro muriera cuanto antes y que ella pudiera verlo. El propio Rajoy tuvo que salir al paso de unas declaraciones tan insoportables. En el Congreso, el exministro Zaplana se encaraba con Marín y protagonizaba una sesión bronca en la que en ningún momento pareció considerar la presencia de las familias de las víctimas en las tribunas, que además fueron increpadas por algunos diputados del PP.

Las encuestas no dejan de repetir la preferencia de los españoles por un PP centrista y dialogante en una manifestación permanente de que la época de Aznar debe ser superada. El centrismo se refleja nítidamente como el único espacio en donde un partido conservador español puede aspirar a ganar unas elecciones. La aparición pública de Ruiz Gallardón, con respaldos importantes en la sociedad, ha desencadenado una durísima reacción del aparato del partido en el mismo escenario en el que los asistentes al congreso del PP se entusiasmaban con el radicalismo de Aznar sin intuir el calado de moderación de Rajoy. La pregunta que está sin contestar es si el síndrome de Zaplana que sitúa la bronca política como eje de su técnica de oposición, es solo producto de un equilibrio de poder en el que Rajoy no tendría todos los mandos, o es la técnica política del viejo PP para llegar al poder por la vía de la algarada y la tángana. Rajoy debiera pronunciarse al respecto, porque si no la imagen del ruido siempre se sobrepone a los susurros.