No hay aragonés que no se vea reconocido en el éxito de un paisano en la otra punta del globo y que, en un susurro, este emigrante recuerde lo tanto que añora su tierra. O lo mucho que le gustaría volver a su hogar para emprender su futuro.

La generación en la que me encuadro detesta las fronteras, los límites culturales o la irracionalidad de lo imposible. Nos hemos educado con una mentalidad de conquista vital como nunca. La posibilidad que aporta internet, el transporte mundial o las conexiones multiculturales son nuestro ADN.

Los jóvenes aragoneses que están investigando en Estados Unidos, desarrollando proyectos de arquitectura en Taiwan o elaborando las nuevas tesis de movilidad urbana en la City necesitan algo más que un plan gubernamental no contempla por falta de visión. No es solo trabajo lo que desean.

Esperan que su comunidad tenga el mismo carácter de conquista que ellos desempeñan en su día a día. Quieren una comunidad ambiciosa. No solo necesitan un entorno de acogida laboral o sentimental por volver con los suyos.

Es otra forma de entender la economía --más social y colaborativa--, un espíritu donde la cultura sea tan innovadora que capitalice el turismo o donde no haya trabas al urbanismo vanguardista que cobija a multinacionales o ideas disruptivas.

Lo que piden es demasiado pero es lo que les dan la mayoría de ciudades medianas de la OCDE. O las grandes capitales. Es justo lo que Madrid ha potenciado: un polo de atracción de talento con múltiples oportunidades laborales junto a un salario por encima de la media de España.

No me molesta que la boina en Aragón permanezca enroscada. Pero que no sea en exceso. El mundo cambia a un ritmo vertiginoso hasta límites insospechados.Y Aragón está en esa nebulosa difusa que no aclara hacia dónde quiere ir. O qué quiere ser de mayor como comunidad.

La apuesta sólida por la logística es uno de los aciertos más sólidos de las últimas décadas. O el liderazgo que emprende la comunidad en las energías renovables. Pero no es suficiente. Aragón debe ser el punto de encuentro para comprender el mundo con nuestro carácter pero sin apriorismos. Nuestros jóvenes --amigos, hijos, sobrinos, nietos, vecinos, colegas-- esperan volver a su tierra para construir su propia historia de éxito con los suyos. No quieren sentirse extraños en otros lugares. Quieren un futuro abierto a todas las posibilidades que han dado brillo a su talento.