Eesta pandemia ha destapado la ínfima calidad de vida de la mayoría de los inmigrantes que llegan a las comarcas del Bajo Cinca y Cinca Medio para trabajar a en la campaña de recogida de la fruta, en muchas ocasiones, en condiciones de insalubridad y careciendo de los servicios más básicos como agua corriente o fluido eléctrico. Ahora parece un problema mayor por la velocidad con la que aumenta el número de contagios. Y el mejor ejemplo de la facilidad con la que se propaga el virus en las infraviviendas que habitan los temporeros, lo tenemos la pasada semana en Albalate de Cinca, donde se confirmaron 28 casos positivos por covid-19 en un grupo de una treintena de trabajadores que malvivían en un almacén acondicionado como vivienda. En esta localidad, donde existen al menos otros tres asentamientos de este tipo, el Ejército montó el jueves pasado un comedor y un establecimiento provisional de acogida con capacidad de 80 literas, para dar cobijo a los temporeros que viven en la calle.

El sábado se derribó en Fraga un asentamiento donde malvivían 16 temporeros. El ayuntamiento los alojó en el polideportivo reconvertido en albergue con capacidad para 50 personas y que ya ocupan 45. En el albergue disponen de duchas y zonas de descanso, pueden comer y se les controla a diario la temperatura. Una vida austera, pero digna. Una solución demasiado provisional a un problema endémico de la zona y que quizás ha llegado demasiado tarde y con escasa coordinación. En el derribo del asentamiento de Fraga no se contó con las entidades sociales que llevan años prestando servicios sociales a los temporeros: Cáritas y Cruz Roja.

Es responsabilidad de todos y también de los ayuntamientos de la zona y de las instituciones dotar a a estos trabajadores de infraestructuras que mejoren sus condiciones de vida. Y no solo esta temporada porque pueden multiplicar el número de contagios, también la que viene y la siguiente... Esa también es una manera de dignificar su trabajo.