Cualquier obituario enaltece la figura del fallecido. Pero por muchos que se escriban estos días sobre Adolfo Suárez, se quedarán cortos y no alcanzarán a plasmar la dimensión del trascendental papel que ha jugado en la historia de nuestro país.

Junto al rey Juan Carlos, Suárez es la gran referencia de la transición democrática española y ambos asumieron con valentía los momentos más delicados de aquel proceso. Ahora lo vemos como un episodio más, la consecuencia natural de la muerte de Franco, pero todos los que lo vivimos lo recordamos como enormemente complejo y no exento de dificultades.

España estaba a punto de romperse y cualquier otra opción alternativa a Suárez habría tensionado a una sociedad española, inmersa en una delicada situación económica y social.

Pero su aplomo, su generosidad, su lealtad y su enorme inteligencia lograron que todos los españoles nos viésemos representados e implicados en ese proceso. Alejado de histrionismos, Adolfo Suárez transmitía una especial serenidad acompañada de una firmeza que no he conocido en ningún otro político español. Era capaz de convencer empleando un lenguaje directo, sin figuras alambicadas, pero que resultaba sumamente amable y cercano.

Procedente del régimen, Suárez entendió a la perfección lo que demandaba la sociedad española. En las calles se respiraba libertad, pero se respiraban también ansias de progreso, de ser, por fin, un país europeo, superando nuestro atraso histórico agravado con la autarquía franquista. También había miedo, por la ferviente actividad de la banda terrorista ETA que cada semana segaba la vida de dos personas y dudas de cómo asumiría el ejército su nuevo rol en un estado democrático. Incógnitas que despejó la actuación de Suárez.

Tuve la enorme fortuna de iniciar mi vida política como diputado de las Cortes Constituyentes por UCD. La Carta Magna tendrá varios padres, pero Suárez jugó un papel fundamental porque transmitía y contagiaba la necesidad de superar las heridas del pasado y pensar sólo en el mañana. Su espíritu imbuía los acuerdos que ahora se llegan a cuestionar.

Nunca olvidaré la histórica intervención de Suárez la víspera de los comicios de 1977 en TVE. Aquel latiguillo de "puedo prometer y prometo" insufló el halo de esperanza y seguridad que necesitaban millones de españoles. Tras una larga campaña electoral, esa noche reafirmé mi compromiso con Suárez y me acosté convencido de que era la única persona capaz de pasar página en nuestra historia, como luego sucedió. El espíritu de la transición es algo etéreo pero allí estaba Adolfo Suárez para encarnarlo.

Y sin caer en la nostalgia, ahora más que nunca es necesario reivindicar su figura. Porque aquellos que queríamos una transición tranquila, que valoramos el compromiso, que entendemos la política como el arte de llegar a acuerdos en beneficio de la mayoría, andamos huérfanos de referentes y vemos con tristeza el panorama político actual.

Los pactos de la Moncloa sentaron las bases para esa regeneración democrática y recuperación económica. Dos cuestiones que hoy vuelven a estar latentes porque existen serias dudas sobre la transformación del modelo productivo y la desafección ciudadana con la política es evidente. La Constitución también superó la cuestión territorial con un magnífico título octavo que apaciguó cualquier tensión.

Las circunstancias son complicadas, nadie lo niega, pero inmensamente más sencillas que las que se encontró Adolfo Suárez tras la crisis energética que debilitó a nuestro país, con un importante crecimiento del desempleo y que en esos meses alcanzó una inflación superior al 25%. En lo social, los problemas actuales no son superiores a la tensión que existía en aquel momento, cuestión distinta es que modifiquemos el rasero según el interés. Y abrir ahora el debate de la reforma constitucional sería la mayor irresponsabilidad que pueda cometer la clase política.

Hay que reconocer que Adolfo Suárez es un político irrepetible. Sólo nos queda la esperanza de que su fallecimiento agite las conciencias y nos haga recobrar la cordura perdida. Sería el mejor tributo que le podríamos hacer y, sin duda, nos lo agradecería.

Presidente de las Cortes de Aragón