Cumplido el cuadragésimo aniversario de la Constitución del 78, el avance de la polarización política en España amenaza con derrocar el edificio institucional e invalidar el pacto social allí establecidos. La irrupción de Vox en las elecciones andaluzas completa un proceso de deterioro que se inició con la reforma del artículo 135 (enmendado por PP y PSOE sin contar con el resto de fuerzas constituyentes) y que tiene como contrapartes la emergencia de una izquierda antiliberal y la apuesta secesionista del catalanismo. En una regresión impostada a los años 30 del siglo pasado, hoy se vuelve a hablar en España de fascismo y antifascismo, del país eterno y de reconquista, de convivencia imposible entre territorios que tienen más en común de lo que les separa. El terco empeño de unos y la desidia de otros han logrado así arruinar el único legado positivo que dejó el régimen franquista: la vacuna contra el nacionalismo y el autoritarismo que caracterizó esta etapa.

Esta deriva pone de nuevo sobre el tapete el mito de las dos Españas, al tiempo que nos obliga a rescatar la imagen difuminada de una parte del país que se niega a reeditar la confrontación. Las imágenes de desórdenes públicos que han seguido a las manifestaciones reactivas convocadas en Andalucía y Cataluña son un claro aviso: la confrontación entre dos visiones antitéticas de la sociedad solo puede traer más inestabilidad y más crispación. Con todo, la responsabilidad de evitar este nuevo choque de trenes vuelve a estar en la política institucional. La primera oportunidad se presentará con motivo de las negociaciones para la formación del nuevo gobierno de la Junta, donde Cs, PSOE y PP escogerán entre engrosar las filas de una de esas dos Españas que creíamos periclitadas o rescatar el proyecto de convivencia alentado por una tercera parte del país que parecía hasta ayer mayoritaria.

Rescatar la voz de los Madariaga, Besteiro o Azaña --por citar algunos nombres del ensayo de Preston-- deja de ser un anacronismo para convertirse en una necesidad. Porque el mensaje de renovación que han enviado los andaluces no es sinónimo de una vuelta obligada a las trincheras ideológicas. El PSOE debe hacer una profunda reflexión sobre cuáles son los motivos que le han llevado a perder San Telmo. La corrupción estructural que ejemplifican los ERE --y que se extiende a buena parte de la sociedad andaluza en forma de un inveterado clientelismo--, junto a la pérdida de la centralidad política que ha supuesto la vecindad con independentistas y radicales para atrincherarse en el poder están detrás del desencanto que han mostrado sus votantes. En el caso del PP, se enfrenta a viejas pulsiones que anidaban en su seno, como las reticencias frente a la descentralización o el coqueteo con posiciones xenófobas contra la inmigración.

Ahora bien, si hay un partido que se juega su ser, este es Ciudadanos. Tras el ejercicio de travestismo que supuso su salto a la política nacional, abandonando el marchamo socialdemócrata que enarbolaba en Cataluña, la formación naranja puede hacer buena en los próximos días la caricatura neofalangista que se viene esgrimiendo en su contra. Su participación, por activa o por pasiva, en un Ejecutivo apoyado por Vox supondría un baldón insuperable para conquistar el lugar que reivindica estos días Manuel Valls en Barcelona. Parece complicado que, sin una defensa nítida de los valores democráticos que llevaron a los socialistas franceses a votar a Chirac frente a Le Pen, Rivera tenga algún día la oportunidad de llegar a la Moncloa.

Más allá de Vox, ¿está la política española abocada a la aplicación de cordones sanitarios en torno a fuerzas como Podemos, ERC, PDCat, Geroa Bai y Bildu para escapar a la confrontación? No exactamente: Cs, PP y PSOE comparten la responsabilidad de alcanzar un consenso básico que reconfigure los límites del debate público con el apoyo de la mayoría de la población. Paradójicamente (o no), la construcción de este espacio de centralidad pasa inevitablemente por la reforma de una Constitución que había venido garantizando hasta ahora la convivencia y que empieza a dar muestras de fatiga en pilares como el modelo territorial, la sostenibilidad del Estado del bienestar y el papel de la monarquía en el siglo XXI.

*Periodista