La implantación del Espacio Europeo de Educación Superior, conocido por el gran público como Plan Bolonia, eliminó las diplomaturas y las licenciaturas universitarias, agrupándolas en una única titulación denominada grado. La filosofía subyacente a dicho modelo se basaba en una serie de supuestos, siendo los más importantes los siguientes.

En primer lugar, se aceptaba que la globalización y la cambiante situación social y económica de los países avanzados requerían que los futuros profesionales dominaran competencias muy especializadas y muy cambiantes, difíciles de prever durante el tiempo en que los jóvenes adquieren su formación básica universitaria. En segundo lugar, se partía del supuesto de que, como consecuencia de los adelantos tecnológicos, la mayoría de los graduados universitarios tendrían que cambiar sus profesiones varias a veces a lo largo de su ciclo profesional. Por ello, se aceptó que en el currículum de los grados predominaran más los saberes básicos y transversales que los especializados y que la especialización se lograra posteriormente a través de un máster fácilmente modificable a las necesidades reales de las diferentes profesiones en cada momento concreto. Una de las críticas más fundamentadas que se hicieron a ese planteamiento es que favorece la mercantilización de las universidades y la pérdida de prestigio social de las titulaciones de grado. No obstante, a pesar de esas críticas y de los movimientos de protesta que hubo en todos los países, el modelo se ha consolidado.

Especialización seria

La Unión Europea dejó libertad para que los gobiernos adoptaran uno de estos dos modelos: a) grados de 180 créditos europeos (equivalentes a 3 años) y másteres de 120 créditos (equivalentes a dos años); b) grados de 240 créditos (cuatro años) y másteres de 60 créditos (un año). Sin embargo, la mayoría de los países entendieron que una especialización seria y rigurosa no podía lograrse a través de un máster de 60 créditos y por ello optaron por grados de tres años y másteres de dos. En los últimos años todos los países han abierto un poco más el espectro, pero continúan siendo mayoritarios los países en los que los grados son de tres años y los másteres de dos (justo lo contrario de lo que ha ocurrido en nuestro país).

En España, debido a la presión ejercida por la Agencia Nacional de Evaluación y Calidad (Aneca), se optó por el modelo de grados con cuatro años y másteres de uno. A la vista de las dificultades que entrañaba el planteamiento español con respecto a la homologación internacional de nuestras titulaciones universitarias, a partir del año 2015 el Gobierno aprobó un real decreto dejando plena libertad para que las agencias evaluadoras regionales aprobaran cualquiera de los dos modelos. Desde entonces, aunque continúa siendo hegemónico el primitivo modelo (4+1), cada región ha hecho de su capa un sayo, lo cual ha dado lugar a la ruptura del marco común de las titulaciones universitarias. O dicho con otras palabras, por primera vez el caos de la gestión que se daba en otros ámbitos de la función pública, derivado de tener 17 reinos de taifas, impregnó la política universitaria en lo que se refiere a planes de estudio y modelos de titulaciones.

¿Ha mejorado o empeorado la calidad formativa de los estudiantes universitarios españoles desde la entrada del Plan Bolonia? Yo creo que ha empeorado, aunque es evidente que los efectos son diferentes en unas y en otras titulaciones. Para ilustrar mi percepción, voy a citar el ejemplo que mejor conozco. Antes de la puesta en práctica del llamado Plan Bolonia, la duración de los estudios de Magisterio era de tres años y desde el inicio cada estudiante tenía que elegir una especialidad.

Hoy es necesario cursar cuatro años y dentro del grado de maestro no existe ninguna especialización en sentido estricto. No hay que ser muy expertos en el tema educativo para comprender que la calidad de la formación de los maestros ha empeorado de manera significativa y que mejoraría extraordinariamente si hubiera un grado generalista de Magisterio de tres años de duración y a continuación fuera obligatorio cursar un máster de dos años para poder especializarse en, por ejemplo, Educación infantil, Necesidades educativas especiales, Lenguas modernas, Educación física, Educación musical, o en cualesquiera otros ámbitos que en cada momento se consideren convenientes.

Nada en profundidad

Ahora, quienes cursan el grado de Educación infantil o de Enseñanza primaria terminan sabiendo de todo un poco y de nada en profundidad. Desde mi punto de vista, la alternativa más coherente sería que la duración de todos los grados universitarios no sujetos a normas europeas especiales fuera de tres años (180 créditos) y que incluso fueran más polivalentes que lo son hasta ahora, con un currículum mayormente centrado en competencias interdisciplinares, transversales y básicas. Asimismo, todas las universidades deberían ofertar una amplia variedad de másteres de especialización, muy profesionalizados según cada ámbito profesional, de dos años de duración (120 créditos), y otros destinados a la formación de investigadores que deseen cursar un doctorado. Este planteamiento tiene otra ventaja añadida: acercarnos más al modelo de los países más avanzados. Lógicamente, si esos másteres solo son asequibles para los jóvenes de familias adineradas, las universidades públicas dejan de tener sentido.