Vamos, ¡espabila!, que va a ser la segunda vez que llegas tarde esta semana. ¿Pero es que tú te has creído que yo voy a gusto a trabajar? Si conocieras a mi jefe- ¡Ay, si tú estuvieras en mi piel, todo el día aguantando a un montón de chavales, cada uno a su aire!

¿Cuántos trabajadores reconocen sentirse a gusto en el desempeño de sus tareas laborales? Ni siquiera hoy, o quizá hoy más que nunca, cuando conservar un puesto de trabajo semeja un lujo reservado para privilegiados, pocos se libran de la desgana y desmotivación que acechan a muchos empleados en el ejercicio de su profesión, sobre todo si esta posee carácter asistencial. El síndrome del quemado se describió inicialmente ligado a actividades vocacionales, en relación a un sentimiento de impotencia ante demandas de cuidados que sobrepasan la capacidad de atención del profesional; en la actualidad, el término más bien hace mención a un proceso de agotamiento emocional e inadaptación por causa de un ambiente hostil u otras circunstancias estresantes, entre las que se incluye la falta de reconocimiento. La Universidad de Zaragoza ha dado a la luz un reciente trabajo en este campo, donde se llegan a diferenciar hasta tres tipologías o modalidades características, cuyo denominador común reside en sus consecuencias: hastío y apatía extrema que merman la energía vital y reducen tanto la eficacia como la productividad.

Así, pues, conseguir un puesto de trabajo puede no ser el fin de los problemas, sino solo el principio; un paso tan necesario como insuficiente, que denota una vez más la precariedad de nuestro presunto y deseable estado de bienestar, ayer ilusión esperanzada y hoy huidiza quimera que jamás ha llegado a alcanzar su lozanía. Escritora