Hace tiempo visité un país árabe en compañía de un buen amigo. Un día nos encontramos con un grupo de chiítas que manifestaban su dolor por la muerte del imán Alí, a partir de cuyo martirio en el siglo VII surgió el chiísmo como corriente del Islam. Los chiítas, vestidos de blanco y con la cabeza rapada, se golpeaban el pecho entre exclamaciones a la vez que se hacían pequeñas incisiones en la cabeza que producían una efusión de sangre nada abundante en cantidad pero muy escandalosa de aspecto. Mi amigo me dijo: "Ves como son unos salvajes". Mi sorpresa fue absoluta pues mi amigo desfila en Semana Santa vestido de nazareno, con los pies descalzos ensangrentados y una corona de espino en la cabeza; además, se suele propinar unos contundentes latigazos en la espalda que le provocan unas ampollas considerables que en cuanto se abren sangran copiosamente. Me quedé pasmado y le dije que eso era, más o menos, lo mismo que él hacía en su pueblo el día de Viernes Santo. Mi amigo me miró serio y alzando la barbilla altivo sentenció: "Perdona, lo nuestro es tradición, lo de estos, barbarie". Mi amigo no es ningún fanático religioso pero estoy seguro de que si se lo explican con detalle sabrá entender que cada cultura tiene sus tradiciones y sus barbaries. Y que en estos tiempos que corren, lo importante es saber respetar las diferencias. Eso sí, defendiendo hasta sus últimas consecuencias los derechos humanos. Y es que ninguna tradición, ninguna, escudos y banderas incluidos, puede ser más importante que las personas.

*Profesor de Universidad y escritor