La autora de este bien trabado texto, a medio camino entre la novela histórica y la indagación biográfica, aborda en Boabdil una de sus empresas literarias más ambiciosas: introducir al lector en aquel cerrado y exquisito paraíso que debió ser el reino nazarí de Granada, la última perla del dominio musulmán en al-Andalus.

La primera parte de Boabdil está dedicada a los progenitores de quien llegaría a ser el último y ciertamente desdichado rey de Granada. Su padre, Muley Hacén, era el prototipo de sultán de la época, príncipe guerrero de fuerte carácter e innatas dotes de mando. Su esposa favorita, Aixa, debía ser también una mujer de armas tomar, pues hasta su marido pensaba de ella que "esa hembra será difícil de domeñar, y lleva la fiebre del poder escrita en los ojos".

Aixa, por tanto, será la primera de las mujeres que tan poderosamente influiría en Boabdil, a menudo protegido o atrapado en un círculo de personajes femeninos. La sultana no estaba dispuesta a seguir pagando parias a Castilla, ni a que Granada fuese contemplada desde el exterior como el privilegiado reducto de una familia agraciada. Pidió ayuda a los emiratos del norte de Africa, pero para estos clanes integristas la relajación coránica de los nazaríes, su pasión hacia la voluptuosidad y los placeres del conocimiento y del arte los alejaban de la pureza de los hijos del Islam. Rodeados de reinos cristianos, y olvidados ya por sus antiguos correligionarios, los nazaríes quedaban abandonados a su propio destino. Un desafío --el de consolidar un reino em declive-- que iba a recaer sobre los débiles hombros de Boabdil.

Su figura, que ha pasado a la leyenda popular envuelta en los aromas de derrota de su claudicación final, y en aquella frase supuestamente emitida por su madre --"llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre"-- es, sin embargo, la de un aristócrata refinado y culto que a los diez años leía poesía y filosofía, se interesaba por la música, e incluso viajó a Castilla para educarse junto a la futura reina de Castilla, Isabel, esposa de Fernando. Con el Católico mantuvo Boabdil una curiosa e intensa relación. Fernando lo tuteló y combatió, alternativamente, jugando con él un poco como el gato con el ratón, y ensayando en su política granadina las prendas y argucias que habrían de convertirlo en uno de los más maquiavélicos y celebrados príncipes del Renacimiento. Los castellanos conocían bien al joven Boabdil, a quien consideraban casi como uno de los suyos, al extremo de que lo apodaban El chico , pero estaban lejos de presentir la tragedia que le reservaba la historia.

Una tragedia que Magdalena Lasala nos pinta con tintes shakesperianos y una amplia paleta de tonos y colores verbales. Su prosa, ajustada al barroquismo de la acción, a las intrigas palaciegas en una y otra corte, al fabuloso escenario de La Alhambra, sus jardines, sus torres--prisiones, deslumbra por su calidad poética y, al mismo tiempo, por la fluidez de una acción que no cesa de instigar la curiosidad.

Una inteligente y amena lectura.

*Escritor y periodista