A algunos la Transición les ha salido muy barata. La Transición cayó sobre nuestra sociedad como agua de mayo, una cantidad apreciable pero reposada, que hizo que las espigas recibieran el último empujón hídrico, que permitieran florecer los campos y llenar los bolsillos de los agricultores. Eso, agua de mayo, por causas naturales y sin siquiera sacar al santo.

Algo así se desprende, o yo así lo valoro, de la visión que se ha hecho sobre el tema de la cultura en la Transición en la Televisión Aragonesa. Supimos que había censores y prohibiciones de cosas tan inocuas como un recital. Florecieron, para alegría y solaz de la ciudadanía, las semanas culturales (perdón, «Aragonesas»), por doquier, que surgían por eso, por haber llovido, sin haber sembrado antes.

Si se prohibía recitales, charlas u otras actividades culturales, era porque, antes, alguien las había tratado de organizar. Digo tratado, porque se requería mucho esfuerzo y se olvida que implicaba riesgos políticos serios: detenciones, procesamientos, cárcel. Como no siempre se conseguían, la calificación de «aragonesa» podía ayudar. El calificativo permitía sumar apoyos y ablandar a los censores.

Hoy en día presenciamos protestas y manifestaciones que son auténticas fiestas, actividades lúdicas. Observamos plantes ante la propia policía donde incluso se les empuja. Y con esa realidad de hoy y la mirada actual interpretamos unos hechos de ayer, de hace 50 años. De esta forma no se puede entender la realidad de esa época, de las dificultades para vencer al franquismo y del sacrificio personal de mucha gente que sí que se mojó entonces. Cuando hablamos de sacrifico personal no pensemos en cosas menores. Se trataba de detenciones, palizas, cárcel, renuncias a proyectos personales, o incluso bombas en librerías y editoriales (recuérdese las agresiones a la entonces librería Pórtico, en la actual plaza de San Francisco) en aras de un ideal colectivo. Entonces sí que había presos políticos.

Los recitales, las actividades culturales, las charlas sobre diferentes asuntos sociales, enmascarados como semana cultural, no eran ninguna improvisación. Los cantautores, escritores o artistas plásticos no surgían espontáneamente si no se les llamaba por los ciudadanos que habían organizado su presencia y arriesgado su futuro para que valiera la pena el avenir de su pueblo. Había mucha tarea política detrás que no se puede tirar a la basura gratuitamente.

Además, en esos años, los actos culturales en numerosas ocasiones tenían mucho más de político, de reivindicativo y de crear grupo, que de cultura propiamente dicha. Años después, esta se reivindicaría con todo merecimiento. Había organizaciones que trataban de movilizar a la ciudadanía en favor de la democracia y se buscaba sumar voluntades y fuerzas, porque, no se olvide tampoco, eran una minoría las personas que militaban en los partidos políticos clandestinos de entonces.

En el franquismo había miedo y con motivo: la represión no era ninguna broma. Resulta indignante la frivolidad con la que se utiliza este término en estos tiempos desde algunos sectores políticos para descalificar actitudes u opiniones completamente democráticas. Eran estos partidos los que, más allá de la importante capacidad creativa de las personas del mundo de la cultura, y con su inestimable y necesaria complicidad y disposición, los que organizaban actividades culturales que trataban de impulsar los valores democráticos entre el conjunto de la sociedad. Era conocida en aquella época la estrategia de unir las fuerzas del trabajo y de la cultura en la lucha democrática. Ignorar estos factores subyacentes y determinantes en el desarrollo de unos hechos concretos como recitales, semanas culturales, charlas o conferencias, lleva a frivolizar lo que supuso la Transición, el enorme esfuerzo que implicó y los resultados que se obtuvieron. No es extraño en consecuencia que, a partir de esa ignorancia, se minusvalore un proceso tan costoso como la Transición, se la desprecie y se la cuestione. Incluso se critique a sus protagonistas y se les acuse de blandos o traidores, como ha hecho reciente y reiteradamente el actual líder del PCE a alguno de sus predecesores. Para todos esos de crítica fácil, además de pedirles que se informen y un poquito de humildad, les recordaré los versos de Carlos Puebla: «La cultura es la verdad que el pueblo debe saber, para nunca más perder su amor por la libertad».

*Universidad de Zaragoza