El 14 de Marzo de 2004 hemos celebrado en España unas elecciones generales que quedarán en nuestra memoria para siempre, por ellas mismas y por todo lo que ha habido en su alrededor. Los 201 muertos, los más de mil heridos, y los millones de doloridos que ha dejado el brutal atentado del jueves anterior, quedarán indelebles en la historia universal de la infamia.

Los resultados electorales suelen plasmarse en victoria para unos y derrota para otros, aunque es frecuente ver a los portavoces de los partidos apuntándose a la victoria, ya que según con qué cifras se comparen las obtenidas, siempre hay algún motivo de alegría. Dejando a un lado a los políticos, los demás solemos entender muy claramente quienes han vencido y quienes no, y en este caso concreto yo quiero transmitirles a ustedes mi sensación de estar celebrando tres victorias.

La primera y más importante es la del civismo. La democracia sin participación no es nada y, como poco, cada cierto tiempo los ciudadanos estamos llamados a las urnas, a votar, para que se renueven las instituciones.

LA SEGUNDA victoria es la derrota de José María Aznar. Este señor representa casi todo lo que detesto en un gobernante: chulería, malos modos, prepotencia, autoritarismo, y desprecio por los gobernados. Su falangismo militante ha permanecido dormido en él mientras no ha podido hacer gala del mismo, pero ha salido a la luz en su forma de gobernar en cuanto ha contado con mayoría absoluta. Ha roto el consenso histórico en nuestra incipiente democracia en materias tan sensibles como política exterior y defensa; ha exacerbado los enconos pro y anti nacionalistas, tanto periféricos como españoles; ha enfrentado a diferentes comunidades autónomas con un faraónico proyecto de trasvase del Ebro absolutamente inviable desde cualquier punto de vista sensato, como demostrarán los informes de la Comisión Europea en cuanto se hagan públicos; ha sido protagonista muy activo en el fracaso de una aceptable Constitución europea, hoy nuevamente en fase de estudio; ha mantenido al frente de los informativos de la televisión pública a un individuo condenado por un tribunal de justicia por manipular la información; ha aprovechado cuanto ha podido las acciones de unos y otros terroristas en beneficio propio; nos ha metido en una guerra con una impresionante mayoría de ciudadanos en contra; su política en materia de inmigración ha sido errática y a veces xenófoba; y ..., así hasta el infinito. Nombró a su sucesor con el conocido método mejicano del dedazo , sin que sepamos cuáles son los méritos o apoyos de los distintos aspirantes. Y deja a un aturdido Rajoy derrotado cuando el verdadero perdedor debería ser él y los que piensan y actúan como él, que no son todos los de su partido, ni siquiera los dirigentes. Algunos han tenido en estos últimos días un comportamiento ejemplar como el mejor ministro del Gobierno, la ministra de Sanidad, Ana Pastor, o el alcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón, magnífico recorriendo la ciudad acompañado de las portavoces de la oposición, Trinidad Jiménez del PSOE, e Inés Sabanés de IU. Esperemos que la derrota de Aznar arrastre junto a él a los jaleadores de su forma de hacer política.

VAMOS AHORA con quien ha resultado el gran vencedor: José Luis Rodríguez Zapatero. Llevo cuatro años manteniendo amables pero largas discusiones con buenos amigos socialistas que no han visto nunca en él el líder que su partido precisaba. La imagen difundida por los guiñoles de Canal Plus de un bondadoso bambi siempre débil y precisado de ayuda llegó a calar en muchos. Me temo que los muchos años de gobernantes pequeñitos y con bigote han hecho mella en nuestra percepción de la realidad y ha llevado a muchos a confundir autoridad con autoritarismo. La seriedad y la mano dura no son equivalentes a autoridad, y una persona con talante afable puede tener toda la autoridad del mundo. Han sido muchas las ocasiones en las que ante afrentas gruesas de algún miembro del partido del gobierno sus correligionarios le han exigido dureza y agresividad, con nulo resultado. Desde que fue elegido secretario general del PSOE y fuimos conociendo su talante, siempre he creído, y dicho, que con un Aznar en el gobierno y un broncas en la oposición la tensión en España se hubiese vuelto insostenible. Bien venido sea al Gobierno un hombre de estas características, al que tenemos que desear fortuna y virtud, --según la clásica receta de Maquiavelo--, en sus acciones.

Me gustaría que mi alegría por estas tres victorias no significase pena en quienes han deseado la victoria de Rajoy. Dejando a un lado a los más fanáticos de cada partido, creo que la mayoría de los ciudadanos del mundo libre que tenemos la ocasión de votar de vez en cuando, somos capaces de alegrarnos cuando un cambio de gobierno es tan necesario como lo es en esta ocasión. Permítanme para finalizar un pequeño detalle personal recordando al capitán Lozano.

*Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza