Las lágrimas de Pablo Iglesias nada más ascender a la dignidad de vicepresidente del Gobierno español quedaron empañadas por una visión bastante menos luminosa, la de compartir el puesto con otros tres ministros, ministras, en este caso, socialistas. Pedro Sánchez se la había jugado.

Nadie en el seno o entorno de Podemos, sin embargo, ni el propio afectado, ha protestado públicamente; quizá para no enturbiar apenas estrenarla la felicidad de una unión que se pretende duradera. Más, al menos, que aquel compromiso que unciera a Susana Díaz y a Izquierda Unida en Andalucía, la última coalición gubernamental ensayada por el PSOE, y que terminó como el rosario de la aurora.

De este modo, al representar tan sólo una cuarta parte del segundo cargo más representativo del país, Iglesias tampoco representará a la nación en otros foros internacionales que en los sociales de su incumbencia. Evitando de esta manera Sánchez una competencia protocolaria que podría causarle serios problemas. Sobre todo, de mantener Iglesias, ahora ya oficialmente, sus posturas en política internacional, independencia catalana, nacionalizaciones, etcétera. Y evitando también una confrontación directa con su socio en cualquier tema en disputa al disponer de otros tres comodines, o vicepresidentes, tras los cuales ampararse y preservar su intocabilidad.

¿Le esperan más sorpresas a Iglesias? ¿Laminarán, desde la presidencia, desde la triple vicepresidencia, sus atributos, competencias y cuotas de imagen? Es seguro es que no lo jalearán, pero no descartemos a corto plazo serios enfrentamientos en el Consejo de Ministros, diferencias y disensos que sin duda devendrán inevitables a medida se acerque la próxima cita electoral.

El hecho, ya empírico, es que, si alguna vez Pablo Iglesias soñó con un poder casi omnímodo, indiscutible y permanente, ese sueño no se cumplirá mientras cohabite con Pedro Sánchez. Una vez más, y van muchas, el statu quo o sistema ha querido esconder, o al menos no exhibir a uno de sus heterodoxos, cuya oratoria irrita, cuya actitud provoca, cuya coleta no pega con el coche oficial.

Son los truquillos de la política...