Estados Unidos se va acercando a sus elecciones presidenciales con dos candidatos perfectamente prescindibles: Donald Trump y Joe Biden. En la crítica del primero es ya inútil abundar, pues no existen superlativos para calificar la brutal corrupción a que el narcisista multimillonario ha sometido a las instituciones democráticas de su país, sin contar el deterioro ocasionado en las relaciones internacionales.

Del segundo, Biden, que también es millonario, cabe afirmar lo que ha repetido en sus mítines: que con él no se llevarán a cabo grandes reformas, pues no prevé cambios sustanciales. Biden y los demócratas deberían comprometerse al menos con la refundación de un sistema de salud que se ha revelado incapaz de luchar contra la pandemia de covid-19; pero, de momento, no lo ha incluido en su campaña. Cien mil muertos y la apertura de fosas comunes en Nueva York no han servido para que los demócratas rescaten al menos el intento de Obama de socializar la atención sanitaria. Con Biden, la salud seguirá segregando a los clientes adinerados de los trabajadores en paro o con salarios insuficientes para asegurarse la debida atención médica.

Repartido todo el pescado, los norteamericanos de izquierdas no van a tener a quién votar. Su última ilusión era Bernie Sanders, un socialista/socialdemócrata al que los republicanos tildan de peligroso comunista. Sanders cayó en las primarias frente a Biden --o frente al sistema, más bien--. Con su renuncia se esfumaron los sueños de cambio.

La derrota de Sanders ha sido también la de la esperanza de otro Estados Unidos dignificado por la tolerancia y volcado hacia la justicia social. Ni con Biden ni con Trump se acabará con la segregación racial y social que padece el país. Los Bill Gates y mandarines de Wall Street y Silicon Valley van a seguir mandando en las finanzas y en la sociedad estadounidense. Su ley, la del mercado, y su ideología, el liberalismo, continuarán gestionando arcas y armas de la nación más poderosa del mundo (y aliada nuestra, aunque sus presidentes no visiten España ni para ir a los toros).

De estos yanquis hay que esperar poco. Qué pena.