El mito empresarial de Donald Trump como un lince de los negocios que llegó a la Casa Blanca parece que se desmorona como un castillo de naipes después de la información publicada por 'The New York Times', de la que solo se puede concluir que el presidente es un empresario al frente de un entramado de sociedades que generan grandes pérdidas o, peor aún, que es un contribuyente esquivo, inclinado a defraudar a Hacienda, sujeto a auditoría tras la que quizá tenga que hacer frente a una multa de 100 millones de dólares. No hay otras explicaciones posibles a las liquidaciones de impuestos presentadas por Trump, que le eximieron de pagar el impuesto sobre la renta durante años y que en los ejercicios del 2016 y el 2017 satisfizo a razón de 750 dólares cada año.

Es comprensible que Trump se haya negado con obstinación hasta la fecha a dar a conocer sus declaraciones de la renta --pese a sus promesas en la campaña del 2016-- porque mueven a escándalo y causa sonrojo que la primera autoridad de Estados Unidos sostenga en público que el fisco le trata muy mal.

Un día antes de su primer debate con el demócrata Joe Biden, los electores disponen de una nueva vara para aquilatar cuál es la pauta moral de alguien que presumió de no pagar impuestos por ser muy listo. Y otra evidencia más de que en su obstinación por acceder a la Casa Blanca primaban los intereses personales.