Suele pasar que cuando alguien se va para siempre los que se quedan se hacen pródigos en halagos y parabienes. Es mucho menos habitual que haya unanimidad y menos aún que todos estuvieran ya de acuerdo en vida de esa persona. Este último e infrecuente caso es el de Manuel Calvo García, Manolo para todos. No hay nadie que pueda poner en duda que su bonhomía, sensatez, inteligencia y dedicación fueran rasgos que faltasen en su día a día. Lo mismo daría que preguntasen a profesores, alumnos, investigadores o personal de administración y servicios. La respuesta sería más que parecida, idéntica. Manolo fue un gran profesor, un gran investigador y un gran compañero para todos los que encontró en su camino de la Universidad de Zaragoza, del Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati y de tantos y tantos colegas de otras Universidades españolas. Su preocupación por la calidad de la docencia y el rigor del estudio nunca fueron obstáculo para su afabilidad de trato. No es exagerado calificarle como infatigable pensador de proyectos de futuro y maestro de buen número de discípulos en España y varios países de Latinoamérica, especialmente Brasil. Las lecciones de Manolo no acabaron cuando la Universidad de Zaragoza tuvo que clausurar la presencialidad de las clases por los motivos que bien conocemos. La última lección de Manolo fue la forma en que encaró la enfermedad y la despedida. Creo que es en los momentos más difíciles cuando cada uno de nosotros hace su propio retrato al mostrar sin ambages ni maquillajes cómo es. Pues bien, la dignidad, la calma y la templanza de Manolo fueron compañeras hasta el final siendo, una vez más, ejemplo de entereza. No sería difícil detallar más cualidades, anécdotas o dar prueba de su trabajo intelectual citándoles algunas de sus obras y libros pero no va a ser eso lo que yo más recuerde de Manolo. Lo que a mí más me impresiona e impresionó de Manolo es su faceta personal pues lo que, a mi juicio, le definía definitivamente era su incondicional e inmenso amor por su familia: sus padres, sus hijos Ramiro y Blanca y sobre todo Teresa, por la que sentía y mostraba devoción. No conozco muchos tándems parecidos al que Manolo y Teresa llegaron a formar. Como ella misma me decía hace unos días eran un equipo, un equipo en el trabajo, en lo familiar y en lo personal, en realidad a veces parecían no dos sino uno. El domingo 21 de junio, mientras llegaba el verano Manolo se fue pero no lo hizo de cualquier forma sino dándonos una última lección haciendo honor a su profesión y también a su forma de ser y estar. Bastaba con vernos a tantos y tan diferentes en el momento del último adiós para darse cuenta de que la lección más importante nos la dio Manolo fuera de congresos y aulas. Incluso sin estar ya entre nosotros podíamos seguir aprendiendo de él.

*Universidad de Zaragoza