Para Bruno Tertrais en 'La venganza de la Historia', la Historia en los últimos tiempos con sus pasiones se ha transformado como un resorte esencial de las luchas de poder internacionales. Ante este reto, lo primero es conocer y entender esta «inagotable reserva de experiencia humana». Labor compleja, porque en Europa el culto a la memoria parece haber sustituido al estudio de la Historia. Y mucho más en esta era de política postfactual, en la que la gran avalancha de información se ha convertido en torbellino triturador virtual, en el que cualquier distinción entre hechos, comentario, análisis, relato, narrativa y mentira es cada vez más difícil.

Debemos preguntarnos qué hacer frente a esta avalancha de la Historia en el panorama internacional, para que no inflame visceralmente las relaciones entre los pueblos. La analogía histórica es una de las armas políticas más poderosas. Su elección nunca es neutral. Según la ideología o la política, serán diferentes. Lo primero es desconfiar de ellas. Percibir permanentemente concordancias de hechos presentes con otros de la Historia es un síntoma de un estrecho presentismo de una cultura occidental, que solo ve en el pasado el reflejo infinito de sus propias preocupaciones. La sabiduría de la Historia no nos llega bajo la forma de lecciones preenvasadas, sino de oráculos cuyas analogías con el presente tenemos que intentar aclarar con nuestras dificultades actuales.

Nuestros políticos occidentales usan y abusan de las analogías para justificar sus decisiones. En realidad, no hay analogías buenas o malas, sino bien o mal utilizadas, que nos engañan o que nos enseñan. Mas los malos usos son más frecuentes. Es fácil hallar una lista de analogías inapropiadas o inservibles en los debates estratégicos actuales. Recurrir a la ocupación alemana (1945-1952) para legitimar o gestionar la de Irak, como hizo el administrador americano Paul Bremmer, no parece adecuado. Invocar Auschwitz a propósito de los Balcanes sirvió a Alemania en la crisis de Kosovo, pero insulta a los supervivientes. Hablar de un nuevo Gulag a propósito de Guantánamo, como hizo Amnistía Internacional en el 2005, es otro insulto a los supervivientes soviéticos. Comparar la barrera israelí de Cisjordania con el muro de Berlín es un sinsentido.

Peor que la crisis del 29

El Telón de Acero se concibió para que nadie pudiera salir, la barrera israelí para que nadie pudiera entrar. Tampoco estamos hoy en los años 30: las ligas armadas no circulan por las calles, el populismo no es el fascismo; el nuevo nacionalismo occidental es más defensivo que ofensivo; nadie desea la guerra. No obstante, la brutal crisis económica mundial desencadenada por el covid-19 no solo recuerda sino que incluso supera a la crisis de 1929. Desde la caída del Muro de Berlín, ¡cuántas veces hemos entrado en una nueva Edad Media! Producto de la pérdida de soberanía de las naciones, de un mundo sin reglas, regreso a la barbarie. ¡Cuántas Yaltas! ¡Cuántas nuevas doctrinas Monroe! El recurso a Munich propicia la emoción e indignación y sustituye el análisis por el tópico. Permite economizar inteligencia y complejidad. Esta conclusión vale para otras muchas analogías históricas. No obstante, aunque resulten discutibles como eslóganes políticos, las analogías pueden justificarse como herramientas de búsqueda de conocimiento. Hacer referencia a Vietnam, Afganistán o Irak puede ser la mejor o peor manera de actuar. Recordar tales intervenciones puede servir de aviso; pero también como excusa perfecta para la no intervención. Por ejemplo, la no intervención en el auténtico genocidio actual en Yemen.

Recordar la crisis de 1929 resultó beneficioso para los dirigentes americanos y europeos en la crisis del 2008. Así evitaron muchos de los errores de sus predecesores. La analogía histórica ayuda así a entender los comportamientos humanos, a imaginar posibles escenarios, a propiciar la reflexión. «Cuando más útil es la Historia es cuando se trata de comprender por qué una situación concreta difiere de otra que superficialmente se le parece», señala el estratega británico Lawrence Freedman. Usada con cuidado, la Historia nos puede ofrecer alternativas y ayudarnos a plantear preguntas que necesitamos hacerle al presente, y, sobre todo, a advertirnos de lo que puede salir mal.

Un ejemplo del buen uso de la analogía, referido al pasado reciente. El historiador Borja de Riquer cuestionó a Juan-José López Burniol, cuando este propuso, como alternativa para evitar unas nuevas elecciones, las del 10-N, la formación de un gobierno de gran coalición del PSOE, el PP y Cs, ya que sería el único ejecutivo con bastante autoridad para abordar y solucionar el pleito catalán. De Riquer adujo que el programa de PP y Cs sobre la cuestión catalana y sobre el Estado de las autonomías imposibilitaba tal opción, ya que se manifestaría como un ejecutivo nacionalista español, que radicalizaría todavía más el pleito catalán, dificultando la posibilidad de creación de espacios de diálogo. Tal propuesta le recordaba al gobierno nacional de Antonio Maura de 1918, que solo duró ocho meses, de marzo a noviembre y que fracasó radicalmente.

Según Jacob Burckhardt: la Historia no solo debe hacernos más razonables (para la vez siguiente), sino sabios (para siempre).

¿Qué analogía del pasado elegimos para comprender la pandemia del covid-19?

*Profesor de instituto