Estamos en verano, y así comienza la bonita canción que se incluye en la moderna ópera de Porgy and Bees, Summertime. Pero la segunda frase es esta: "... y la vida es fácil". Esto ya no es tan seguro. Es verdad que la naturaleza nos sonríe, nos ofrece frutos, que el sol nos da mucha luz... Incluso hay gente sin trabajo que encuentra la oportunidad de poder hacerlo durante esa temporada. Pero el verano no es una delicia para todos. Los tópicos han intentado uniformizar el mes de agosto en concreto, y el verano en general. Un escritor tan culto como el belga Maurice Maeterlink no puede evitar esta peligrosa afirmación que es una sentencia: "El verano es la estación de la felicidad".

¿Es que el invierno sería la estación de la infelicidad? ¿El otoño sería la estación de la melancolía o de la tristeza? ¿Es que las cuatro estaciones están programadas para ser dogmáticas? Más allá de las vacaciones, de las playas, de los viajes, que pueden hacer feliz a mucha gente, también habrá una gran cantidad de seres humanos que lo están pasando mal, y tal vez sería lógico que reclamaran al ilustre Maeterlink --si estuviera vivo-- una indemnización. Acusación formulable: el dogmatismo. Hay tantos veranos como personas. El gran Miguel de Cervantes afirmó: "Por la canícula ardiente está la cólera a punto". Cervantes me merece mucho respeto, pero osaría pedirle que me quisiera acompañar por las playas en los momentos de más calor para enseñarle que no parece que vivan muy encolerizadas esas personas que están inmóviles sobre la arena, ni los niños que se salpican alegremente. ¿Que el calor puede calentar la cabeza? No lo dudo. Pero me parece que, en verano, lo que está más a punto es la sabia pereza. Escritor