Debate parlamentario y albóndigas son incompatibles. Siempre me quedan redondas y esponjosas pero las de ayer eran auténticos perdigones o misiles, dependiendo de quien estuviera en la tribuna. Empezó Pedro Sánchez advirtiendo del riesgo de romper filas, esto es, de huir dejando a los camaradas muertos en el campo de batalla, y siguió Pablo Casado denunciando la vergüenza de tener a los españoles estabulados, o sea, amontonados en los establos. En semejante escenario Abascal se creció y empezó a contar chistes: «¿Saben aquel de unos comunistas que perseguían a los homosexuales?» Y en estas llegó Rufián haciendo equilibrios para mantenerse en el suelo que le acababa de abrir Arrimadas con su apoyo al estado de alarma porque lo que procede, dijo, es salvar vidas. A Rufián el debate le vino grande porque está en modo electoral, como Aitor y Aizpurua, aunque la portavoz de Bildu tuvo agallas ante el PNV: «No estamos aquí para lanzar órdagos», y anunció abstención sin tanta retórica. He de reconocer que las mejores piezas me salieron cuando intervino Baldoví reclamando los mismos apoyos para todas las autonomías, sin privilegios. El desastre culinario se perpetró cuando, al mismo tiempo que en el Parlamento se tiraban piedras unos contra otros, en Bruselas sentenciaban el desplome de la economía española, el comité de crisis anunciaba un repunte considerable en el número de contagios y fallecimientos, y Castilla León lanzaba la alarma ante los 832 posibles casos desde la salida de los niños. Otra vez la pelea fue lamentable: «que no lo visteis venir, pues vaya cómo os pusisteis vosotros cuando se suspendió el Mobile; que os han timado con las pruebas sanitarias, pues anda que vosotros aún os dejáis timar», pero nada de arrimar todos el hombro para neutralizar el desastre. No nos pueden hacer pasar más vergüenza. H *Periodista