La bofetada con que los grupos independentistas han respondido en el Parlament Cataluña a la propuesta del presidente del Gobierno en pectore de situar a Miquel Iceta al frente del Senado constituye una muestra de cómo pueden ser las relaciones entre el nuevo Ejecutivo en minoría y quienes están llamados a ser su sostén parlamentario durante la próxima legislatura. Aunque esta negativa tiene factores coyunturales como la interferencia de la campaña de las municipales (algo que es cada vez más frecuente y amenaza con convertirse en norma), en realidad revela una disparidad de intereses que está en el origen del conflicto de poder que ha enfrentado a la Generalitat con el Estado desde que Mas lanzara su órdago en el 2012. Y estos choques se van a seguir produciendo hasta que no se den las condiciones que permitan el inicio de un diálogo sincero y la búsqueda de una solución duradera. En la práctica, esto va a suponer que la gobernabilidad del Estado siga subordinada a la resolución de la cuestión catalana, en medio de un tablero político cada vez más fragmentado donde la competencia por el electorado gira también en torno a este tema.

La primera lección que puede extraerse del caso Iceta es la importancia creciente que van a tener las formas y los gestos, tiñendo la política nacional de una teatralización muy arraigada en Cataluña. No es baladí que el propio Pedro Sánchez tuviera que convencer al líder de los socialistas catalanes para que aceptase la candidatura a dirigir la Cámara alta. Sin duda, Iceta sabía mejor que el propio presidente cuán difícil iba a resultar sacar adelante la propuesta, porque ha vivido durante los últimos años al otro lado del espejo en el que se mira Sánchez; esto es, como parte del bloque del 155 -junto a PP y Cs- en un Parlament en el que los independentistas han pisoteado reiteradamente sus derechos. Solo como mal menor frente a la formación de un bloque constitucionalista que desactivaría su apuesta, el socialismo puede resultar aliado de los secesionistas en Madrid, porque en Cataluña sigue siendo un enemigo a batir.

Desde que el PSC renunciara al «derecho a decidir» -a cambio de que el PSOE plasmara su apuesta federal en la Declaración de Granada- está fuera de un consenso catalanista en el que apenas se mantiene una fuerza de ámbito estatal: los comunes. Ambas formaciones sufren, 16 años después, las contraindicaciones del Pacte del Tinell.

Otra lección inexcusable es la importancia que el devenir judicial (¿y policial?) va a tener a la hora de conceder apoyos al Ejecutivo nonato. No en vano, la primera condición que esgrimió ERC tras conocer la postulación de Iceta fue la exigencia de una visita a su líder, Oriol Junqueras. La negativa de éste a presentar sus respetos al mártir republicano dio al traste con cualquier posibilidad de pasar el filtro del Parlament tanto o más que la presión que pudieran ejercer los de Puigdemont antes de las municipales. Sin un gesto claro que indique que el Gobierno central está listo para enmendarle la plana al poder judicial cuando llegue una sentencia más o menos desfavorable del Supremo, no puede haber un acercamiento real. Basta con escuchar la literalidad de las reivindicaciones de los portavoces independentistas. Además, para que Esquerra cumpla con la meta que ha sustituido temporalmente a la consecución de la independencia -la conquista del poder en Cataluña- sus principales líderes deben estar en condiciones de concurrir a las elecciones (y de desempeñar cargos). De otro modo, el conflicto no haría otra cosa que perpetuarse.

Amén del guiño a una parte de la sociedad catalana más cercana al soberanismo que al federalismo, la contrapropuesta de presentar la candidatura de Manuel Cruz y Meritxell Batet a dirigir la Cámara alta y baja, respectivamente, no supone un cambio significativo. En el fondo, todo sigue girando en torno a una premisa: que el independentismo asuma la vigencia y legitimidad del marco legal que ha violentado durante los últimos años, aunque sea bajo la forma de petición de un indulto. Eso, o que el Gobierno renuncie, de una u otra forma, al mismo.

*Periodista