Voto de castigo. Esas tres palabras pueden cambiar la historia actual de España. Votamos a Vox para castigar la corrupción, la hipocresía, la política de cortijos. Les votamos aunque somos buena gente y estamos en contra de que los hombres maten a las mujeres. Les votamos aunque luego, en el autobús, viajamos junto a gente de todos los colores que no nos molesta en absoluto. Les votamos aunque todos conozcamos a alguien que pertenece al colectivo LGTBI, al que apreciamos y con quien convivimos sin problema. Tal vez incluso nosotros mismos somos parte de ese colectivo. O somos mujeres, u hombres que abominan de la violencia de género. Votamos a Vox porque pensamos que el voto de castigo sirve para algo, como si esos políticos a los que pretendemos desalojar de las instituciones fueran a dimitir y a marcharse a su casa. Votamos a un partido xenófobo, que quiere derogar la ley de violencia de género, el Estado de las autonomías y retirar sus derechos a personas con otra orientación sexual además de la ortodoxa/convencional. Les votamos pensando que así las cosas cambiarán, que estos políticos que dicen a las claras lo que muchos no se atreven a decir van a devolvernos el orden, la moral y las buenas costumbres. Voto de castigo, le llamamos. Sin darnos cuenta de que a quien estamos castigando es a las mujeres maltratadas o al vecino peruano del quinto. Con ese voto, paradójicamente, no castigamos a la clase política corrupta ni apoltronada, sino a los más débiles de la sociedad. Piénsenlo, ¿en eso queremos convertirnos?

*Periodista