Tradicionalmente se ha venido diciendo que el Rey Juan Carlos, quien convivió particularmente a gusto con Felipe González, se sentía más cómodo y a gusto con los socialistas que con la derecha, y algo de verdad debe haber en ese agua que suena y resuena.

Porque ahora, en el peor momento, en la escena internacional, de un José Luis Rodríguez Zapatero desdeñado por el silencio de Washington, castigado por el imperio con el látigo de su indiferencia, será nuestro coronado y primer embajador quien visite al presidente Bush para recomponer unas relaciones dislocadas fundamentalmente por dos elementos contrapuestos que curiosamente operan en la misma dirección: el posicionamiento de los sociatas en favor de Kerry, de un lado, y, por otro, la artera usurpación de funciones políticas y diplomáticas que impunemente viene practicando ese rancio castellano vendedor de biblias y guerras usadas llamado José María Aznar. Será el Rey, sí, quien arregle ese roto.

Con Aznar, convertido hoy en un retro, en un peligro, en un bocas, el Rey, que es hombre instintivo, y ha visto llover, se llevaba lo justo. Nunca hubo entre ellos verdadero feeling , nunca jugaron al pádel o al dominó, ni salieron a navegar, ni a cenar, ni esquiaron juntos. El Rey nunca le contó sus chistes verdes, ni escuchó de Aznar los suyos.

Bueno, sí... Aquella vez en que Clinton, siendo emperador, visitaba España y los Aznar, que siempre fueron unos plastas, no pararon de berrear y revisar el protocolo hasta conseguir que don Juan Carlos y doña Sofía los añadieran a la tripulación del Fortuna. Gracias a ese favor real, Aznar conseguiría que Clinton lo recibiera después a él solito, ya en su incipiente calidad del enorme líder que llegaría a ser años después, en Las Azores.

Sin embargo, en lugar de mostrarse agradecido, el dirigente popular pagaría con una falsa moneda el favor de Juan Carlos. En lugar de potenciar su figura e imagen, confiándole nuevas misiones con el mundo árabe, donde nuestro monarca es muy respetado, prácticamente lo secuestró, o bunkerizó, en La Zarzuela. El pequeño napoléon no podía soportar que hubiese alguien más alto y por encima de él...

No dejó Aznar asomarse al Rey por la crisis de Perejil, ni remendar los sucesivos dislates diplomáticos que a punto estuvieron de concluir en un serio conflicto con Marruecos. Pero Aznar, en su soberbia, en su complejo, fue más lejos aún. No sólo no le daba cancha al Rey, sino que, de vez en cuando, le pasaba un marrón. Como aquella forzada, inducida llamada de Bush en la que le informaba de la decisión de Estados Unidos, secundado por España, para iniciar las hostilidades contra Irak. En aquella ocasión, Juan Carlos no tuvo más remedio que escuchar al todopoderoso político texano, y, callar para no contradecir a su propio gobierno.

Paradójicamente, será ahora el propio monarca quien trate de convencer a Bush, en su rancho de Waco, de la oportuna retirada de nuestras tropas y la conveniencia de no tener en cuenta esos pequeños detalles a la hora de establecer relaciones con ZP, un buen muchacho que merece su aval. Para rato le hace Juan Carlos ese favor al bigotes.

*Escritor y periodista