No se habla mucho de ello, pero El País podría acabar comprando El Mundo. En el silencio que el rumor deja en el aire, resuenan con claridad las palabras del epitafio de la prensa libre. Que El País compre El Mundo es una muestra más de que la ultraliberalización de los mercados parece abocar paradójicamente a la creación de monopolios, ahora llamados grandes corporaciones.

Es ya un hecho consumado el nombramiento como Fiscala General del Estado de la anterior Ministra de Justicia, lo que ha elevado al cielo los gritos de las asociaciones de fiscales, que ven peligrar su independencia. Eso, unido al anuncio de una posible reforma del Código Penal para «actualizar», entre otros, los delitos de rebelión y sedición, ha vuelto a sacudir como un seísmo la tierra bajo la que reposan los restos de Montesquieu.

El procés català y todas sus derivadas, incluido el divorcio en las filas nacionalistas y las ramificaciones que alcanzan a la investidura de Sánchez, está dando un giro copernicano a las modas en materia de corrección política: empieza a parecer que ser independentista no solo no constituye ya una posición política revolucionaria, sino que los verdaderos mártires ideológicos hoy en Cataluña son quienes se adscriben abiertamente a ese otro CDR que es el Constitucionalismo Democrático Resistente. Desgraciadamente, la orfandad política en que han quedado sus militantes tras la debacle de Ciudadanos los hace más mártires que revolucionarios y más vulnerables que útiles a una causa justa.

En el mundo del periodismo se suele citar, como anécdota legendaria y paradigma de la fugacidad y del fatalismo, aquello que le dijo un anónimo jefe de redacción a un becario todavía más anónimo: «La crónica que escribes hoy servirá mañana para envolver el pescado». Que los bulos se llamen ahora fake news y crezcan como hongos nada tiene que ver sin embargo con los usos ancestrales del papel de periódico: una cosa es que las noticias sean efímeras y otra muy distinta que sean falsas, interesadas, manipuladas, demagógicas, tóxicas o del gusto de algún director de márketing político. Si a principios de los 80 el grupo británico The Buggles rompía las listas de éxitos con su tema Video killed the Radio Star, en los primeros 20, no hace falta que nadie nos cante que internet se ha cargado definitivamente el periodismo, tal como lo conocíamos.

La democracia es un animalito tan vulnerable como el ornitorrinco, el bicho más raro del mundo, un mamífero acuático sin mamas, que pone huevos y además es venenoso. Sus hábitats (el de la democracia y el del bicho) son tan delicados y sutiles que requieren de especiales medidas de protección para que no se echen a perder.

Algunas de las condiciones que necesita el animalito llamado democracia para mantenerse con vida son, resumiendo mucho: que la división de poderes, y particularmente la independencia del judicial, no sea puesta en duda; que el principio de legalidad, según el cual los gobernantes están sometidos a la ley y no a la interpretación que ellos o sus votantes hacen de ella, no sea objeto de discusión ni de manipulación; que la libertad de expresión no se vea deformada por censura de ningún tipo (incluida la autocensura inducida); que la libertad de prensa no esté distorsionada ni por la concentración de medios de comunicación en un número reducidísimo de manos, ni por su dependencia económica o de otro tipo respecto de cualquier poder establecido.

Alguien comprometido con el nuevo Gobierno me decía hace poco que lo más importante es salvaguardar la democracia y defenderla de las nuevas amenazas totalitarias, que se amparan en el populismo, en la xenofobia, en el racismo, en el neofascismo y hasta en la religión. Estando de acuerdo con él, añadiría que al ornitorrinco le acosan en igual medida, pero amparados a veces en su teórica defensa, el nacionalismo excluyente, el relativismo legal, la cerril corrección política, la desaparición de la prensa libre, la posverdad y la desobediencia civil selectiva.

Sería bueno que El País no acabe comprando El Mundo. Sería más que deseable que Cataluña no acabe abduciendo a España. Sería muy saludable que el Gobierno no acabe adquiriendo el ministerio fiscal ni vaciando de contenido las sentencias judiciales. Sería atinado que, desde una tercera vía no sectaria, una masa crítica suficiente de ciudadanos asumiera la plena consciencia acerca de la vulnerabilidad del ornitorrinco.

*Escritor