Arafat muerto. Con él desaparece, con sus aciertos y errores, un referente indiscutible del pueblo palestino en su lucha por conseguir un estado en el que vivir en paz. Todavía recuerdo su presencia en la ONU, en los años 70, diciendo que llevaba una rama de olivo en la mano y pedía a la comunidad internacional que le ayudase a seguir manteniéndola. No fue posible, le obligaron a cambiarla por un fusil. Sus últimos años han sido malos, los peores, pues veía como se consumía su vida encerrado en un edificio en ruinas, presionado por los radicales palestinos y acosado por el gobierno de Sharon que nunca ha dado una oportunidad a la paz. También en estos años se han incrementado las acusaciones de enriquecerse a costa de las ayudas destinadas a mejorar las condiciones de vida de su pueblo. La historia lo juzgara pero, en cualquier caso, el dinero de las cuentas a su nombre no lo ha utilizado para tener una vida cómoda ni un retiro dorado.

Parece ser que los dirigentes palestinos han alcanzado acuerdos para que se produzca una transición ordenada que culmine con la elección de un nuevo presidente de la Autoridad Nacional Palestina pero las cosas ya no serán iguales sea quien sea el elegido. La experiencia nos dice que tras la muerte de un líder como Arafat la persona que lo sustituye no cuenta con la autoridad moral del dirigente desaparecido y el equilibrio conseguido desaparece.

El proceso de paz en la zona entra en una nueva dimensión en el que cada parte pretenderá aprovechar la ocasión para ganar posiciones con un notable incremento de las fuerzas centrífugas. La posibilidad de que la situación sea aprovechada por el gobierno de Sharon para mejorar su ya ventajosa posición no es descartable. Sería un grave error que la comunidad internacional no puede permitir. Solo un acuerdo que reconozca la existencia de un estado palestino con suficientes competencias como para desarrollarse de manera autónoma hará posible un futuro de convivencia pacífica.

*Sindicalista