« o soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Van a permitirme que tome las palabras de Ortega para iniciar mi reflexión, sustituyendo la circunstancia actual por mi mascarilla. La mascarilla naso-bucal forma parte ya de nuestro atuendo diario al salir de casa. Se ha transformado en una auténtica circunstancia que acompaña nuestra vida exterior. Las calles parecen un gran desfile de personas enmascaradas, que permiten esconder barbas y ocultar las caras de preocupación. Hay mascarillas en tela y en papel, desechables y lavables, en colores patrios o deportivos, más o menos cerradas, más o menos elegantes y, especialmente, más o menos eficaces. Las que cubren exclusivamente el mentón o la frente y las que se llevan en el codo, sirven de bien poco. Solo cumplen su función las que constituyen un obstáculo entre la emisión de saliva o gotitas de la nariz y la boca y la puerta de entrada respiratoria de las personas cercanas. Estos complementos faciales son y serán una prenda más que, una vez introducidos, utilizaremos en los próximos años con toda naturalidad.