Los de ayer fueron 120 minutos intensos hasta la extenuación, que la afición zaragocista compartió y sufrió con su equipo. Casi 6.500 personas abarrotaron el pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza para unir sus gritos y sus aúpas y contemplar juntos un impresionante espectáculo futbolístico que les tuvo con el corazón en un puño.

La tarde empezó en el pabellón con un obligado y respetuoso minuto de silencio, anticipado y añadido al que repetirían poco después, emulando a los jugadores de la final. El pabellón, repleto, se había convertido en un espectáculo colorista de bufandas zaragocistas, banderas de Aragón y forofos que aguardaban sentados el inicio de la acción. En la momentánea calma inicial, muchos valoraban la situación: "Va a estar muy reñido", comentaba Raquel Mesa. "Pero el Madrid es el Madrid", apostillaba su amiga Merche Esteban, una de las pocas seguidoras blancas que completaron el aforo.

El ambiente se iba caldeando poco a poco. Llegaron las primeras acciones y el mazazo inaugural lanzado por Beckham, que dejó muchas caras circunspectas. Pero nadie perdió la esperanza. "Un equipo como el Madrid te puede hacer esto en cualquier momento, pero...". Dani García no llegó a acabar la frase, porque acabó dedicando un sonoro ¡goool! a su tocayo, autor del empate. Un empate que supo a gloria, que despertó la fiesta de la afición y que hizo mantener la esperanza hasta el último minuto, acelerando el ritmo de la grada que vislumbraba el triunfo a través de una gran pantalla.

Se sucedieron los oes, oes, oes , los aplausos... y también las amables dedicatorias al árbitro. Un ambiente que contagió al cantautor Joaquín Carbonell y los también cantantes Ricargo Igea y Pepe Vázquez, cuando interpretaron (y versionaron) el himno zaragocista en el descanso.

Después, cuando la ventaja de los locales volvió a convertirse en un empate, nadie se atrevió a respirar. Ni cuando "Villa, Villa, maravilla" salió del campo entre los vítores del Príncipe Felipe. Ni cuando expulsaron a Cani. "Este partido, lo vamos a ganar", decían. E intercalaban la frase con cánticos y con un rotundo deseo: "gol, gol, gol, gol". Repetían su consigna.

Desde el final de la segunda parte, la emoción puso a todo el público en pie. Nadie parpadeaba. El que no se comía las uñas se frotaba frenéticamente la cara. La tensión provocó incluso algún desvanecimiento en la primera fila. "Esto es impresionante", afirmaba otro aficionado. Realmente lo era.

Y, como cuando se cumple un deseo expresado durante mucho tiempo, hubo incluso quien casi no se creyó el galletazo final que significó la victoria. Hubo un segundo de silencio. Eterno segundo. Y la afición estalló y apretó los dientes unos minutos más antes de echar a correr hacia la plaza de España. Para seguir mojándose con su equipo.