Bandera y orgullo de nuestro Aragón, reza el himno del Real Zaragoza en una de esas frases tan mágicas que recoge. Alberto Zapater encarna todos los valores positivos de esas letras y un abanderado del zaragocismo, un referente y un modelo a seguir para miles de aficionados y canteranos. Y también es un orgullo. Por su garra, entrega y sentimiento, unos ideales que ha predicado a lo largo de su vida futbolística.

En Soria, siempre y cuando Imanol Idiakez decida alinearle, sumará 300 partidos oficiales con la camiseta del Real Zaragoza sumando sus dos etapas. Una cifra que indica la dimensión del ejeano en el conjunto aragonés, el de su corazón. Debutó oficialmente con el Real Zaragoza el 21 de agosto del 2004 en la Supercopa de España contra el Valencia, saltándose el paso del filial por su calidad. Entonces comenzó a escribir una historia de corazón de león hasta convertirse en un referente y un ídolo del zaragocismo. Se lo ha ganado a pulso.

Pronto levantó su primer y único título con el Zaragoza, concretamente en su segundo partido, en Mestalla en la vuelta de la Supercopa. En total ha disputado 23.652 minutos y ha anotado once tantos, varios de ellos de muy bella factura.

Ha vivido sinsabores, como el descenso del año 2008 o su salida del Real Zaragoza, entre lágrimas, rumbo al Genoa, pero en la retina siempre quedarán el trabajo, la constancia y el sentimiento que muestra siempre. Y más con el brazalete de capitán puesto.

Un buen resumen de lo que significa Alberto Zapater para el Real Zaragoza lo hace Carlos Rojo, su entrenador en juveniles: «Ha sido importantísimo en llevar en volandas al público y el símbolo indiscutible del equipo en un momento muy difícil. Está jugando en el Zaragoza porque lo siente a muerte y como nadie puede imaginarse», comenta.

Además, Rojo siempre ha tenido una especial predilección por Zapater, porque hizo el servicio militar con el padre del jugador y le conoció de niño. Después, el destino les juntó en juveniles. «Le di la oportunidad de jugar muy joven en División de Honor e hizo una temporada soberbia. Le sobraba incluso la segunda que jugó». Y después, la eclosión: «Víctor Muñoz fue el que lo lanzó arriba llevándoselo a una pretemporada en Suiza y pensando que ese juvenil era superior a los jugadores que había en aquel momento en el filial. Recuerdo con una gran alegría que me dijo: ‘El mejor, el zagal. Me lo quedo’».

En aquella pretemporada del 2004, arrancó la historia de Zapater cumpliendo su sueño, el de jugar en la élite con el club de su vida, aquel por el que se desvive. Sufre las derrotas más que nadie y disfruta las alegrías con un sabor especial. Es un futbolista diferente, capaz de acudir a recibir a sus compañeros con su hijo a hombros. Zaragocismo en vena. Se tuvo que marchar al Genoa, al Sporting y al Lokomotiv. Pero regresó y ahora cumplirá 300 partidos, aunque su deseo es seguir sumando, pero en Primera.