Dicen que Unamuno paseaba todos los días hasta la tienda para coger un paquetito de violetas. Pocas cosas hay más madrileñas que ese capricho en forma de florecita, de fuerte sabor y fragancia perfumada. En la calle Villanueva, entre lujos, a nada de la Biblioteca Nacional, está La Bombonería La Pajarita, símbolo de la capital de reyes, ilustrados y gente guapa del barrio de Salamanca. Quizá no se sabe tanto que esa fábrica de caramelos y chocolates, la más dulce entre las dulces, fue fundada por la familia Aznárez, procedente de Jasa, rincón jacetano a la sombra del Bisaurín, rodeado de hayedos donde se cuenta aún habitan brujas, duendes y elfos.

Remontando Serrano, pasando por Magariños y la Casa de Aragón en República Argentina, el Bernabéu no se alza lejano. En la Castellana se erige como una montaña blanca, un coloso de contenido continental, de orfebrería en oro y diamantes, donde se guarda otro dulce más preciado. Esa victoria de ángeles. Esa misma que hoy, esta noche (20.45, Movistar Partidazo), querría paladear para la historia este Huesca de Primera y su gente, sus más de 2.000 almas sin penas, solo alegrías de verse en estos parajes, frotándose los párpados para evitar las lágrimas, aclarando la garganta para animar y agarrándose el corazón para curarse de sobresaltos. La avalancha oscense quiere vivir una noche de fiesta para el recuerdo.

Díganlo lentamente y créanselo. El Huesca visita el Santiago Bernabéu. En prime time. Con todos los ojos del mundo sobre su cabeza. Con la presión de conocer que empieza la cuenta atrás de las últimas diez finales por la permanencia. Y, por el contrario, aliviado de males porque sabe que cazar en este coto suele traer más hambre que a un viejo galgo. Nadie tiene miedo, solo en la memoria el partido en la primera vuelta donde el campeón de Europa no parecía tan fiero (0-1).

Ese Real Madrid era más real, tan mundano que se dejó robar la cubertería de casa por el Levante, la Real y el Girona. Ahora cabalga eufórico reflejándose en el deja vú de Zinedine Zidane, el sabio de las tres Champions, cuya efervescencia es mayor que la de encarcelar a una aspirina en un frasco de gaseosa. Impoluto de nuevo, renacidos Iscos y otros cadáveres, con el francés es tan bello vivir que nadie lamenta la temporada perdida ni la fuga italiana de Cristiano Ronaldo. Mala cosa para un Huesca al que todos ven como ese chico de provincias que no sabrá guiarse por el metro de la capital. El mejor disfraz para pasar desapercibido, como esa familia que bajó de Jasa para conquistar Madrid con violetas.

Los parones de por medio le han venido de fábula a Francisco y sus chicos. Decía el entrenador, en este mismo diario esta misma semana, que deben ganar dos de tres para subirse al carro de la salvación, para recortar parte de los siete puntos de desventaja y ponerse en cuclillas para el último mes de competición. Porque después de Madrid vendrá el Celta por El Alcoraz este mismo miércoles y luego tocará salida a la Valencia del Levante, dos rivales más asequibles que los Bale, Ramos, Benzema y compañía. Vinicius será baja.

Ganar ya ha ganado, al menos efectivos. La siesta de la Liga ha hecho recuperar músculo e incrementar el número de jugadores en los entrenamientos. Vuelven Xabi Etxeita y Javi Galán aunque finalmente no viajó Gonzalo Melero, del barrio de Chamartín. Ni los dolientes Jorge Miramón y Carlos Akapo y David Ferreiro, sancionado, una triada que deja coja la banda derecha, donde aparecerá como nuevo parche Jorge Pulido. Más allá de pruebas, el partido servirá para tomar ritmo y moral ante las finales venideras.

Porque sea cual sea el resultado, el partido de hoy será historia para el club y para los más de 2.000 aficionados que acompañarán a su equipo a la salida del hotel de concentración. A pocos metros del Bernabéu, allí donde se oirá corear un nombre: ‘Huesca, HuescaSSRq. No es un sueño.