Noche cerrada en un 1 de febrero. Los quejidos del fuego rompen la oscuridad y el silencio. Hasta 76 fogatas iluminan la tradición de la fiesta de Candelas. De repente un grito de mil voces quiebra la paz. Gooool. Marca Enric Gallego su primer tanto en Primera. Lo extraño no es eso, lo peculiar es que el canto en medio de la chasca ilumina Almendralejo. El delantero, héroe del ascenso del Extremadura, pichichi de Segunda con 15 dianas, es el culpable que en este rincón se sintonicen desde enero todos los partidos que juega el Huesca.

La historia de Enric Gallego Puigsech no es desconocida. Los medios han viralizado su currículum desde que Rodrigo Morán lo descubriese en El Periódico de Extremadura. Un chico de un barrio de Barcelona, que transitó por campos de tierra hasta que explotó ya madurito mientras se buscaba la vida como cualquier hijo de vecino. En este paso por un fútbol cada vez menos profesional, como todo en este país, en crisis, tuvo que ganarse las castañas como un obrero, como si esto fuera una condición menor o un desprecio. De camionero, instalador de aire acondicionado, albañil, repartidor... Se mal entiende que hay un único camino para llegar a Primera. El de Enric, el Gigante como le apodan por su 1’90 con el que es capaz de ganarle un lance a todo un Godín como en su debut, no ha sido así. «Es una historia que ya se conoce. No es que me canse repetirla, sino que ya se ha contado», afirma el protagonista a sus 32 años.

Enric Gallego ha cambiado el Huesca. Para bien. Su irrupción, su fichaje por tres millones, ha imprimido otro aire, otra presencia ofensiva. Ha marcado un gol, que quizá no es mucho, porque tampoco remata tanto (siete tiros), pero su espíritu de sacrificio, de no dar un balón por perdido, de cabecear un saque de esquina y despejar otro en el área defensiva... han sido todo un ejemplo. «Siempre he dicho que soy un jugador que trabaja para el equipo y se sacrifica por él. Si puedes aportar goles mucho mejor, pero antes está el trabajo por el equipo», sentencia el ariete zurdo.

Ir a cargar al puerto de Barcelona y coger el camión hacia Francia, buscar por la ciudad las bicicletas de alquiler extraviadas, tener que construir recta una pared... serán lecciones poco aprendidas en canteras lustrosas que sirven para tomarse con humildad y sacrificio la existencia. Curtirse en la calle de Buen Pastor, barrio de casitas bajas donde pasó una «buena infancia», donde sigue su familia y amigos, como Sergio García, campeón de Europa con el que comparte representante. «Lo conozco desde pequeño, aunque es tres años mayor y por eso nunca jugamos juntos. Sí por el barrio, en el colegio. Somos amigos. La pena es que se lesionó esa misma semana y no pudimos enfrentarnos en Cornellá», dice el futbolista azulgrana.

EL BARRIO Y EL AMIGO

En el campo del Espanyol estaba casi todo su barrio el pasado viernes. Los que pudieron comprar entrada y a los que se las consiguió. «Algunos se quedaron fuera. Pero al estar más cerca vinieron bastantes. Pero también me han seguido a Huesca o a Almendralejo», indica Enric. Y en especial Guli, su amigo más cercano, su vecino de siempre, «como si fuera mi hermano pequeño». ¿Quién no ha tenido a un vecino con el que ha chutado mil veces en porterías de Primera imaginarias? ¿Pero cuántos pueden ver a su amigo hacerlo de verdad?

Enric empezó en el AD Buen Pastor, luego iría al Gramanet como infantil y al Badalona en cadete, todos a un tiro de esas casitas bajas que empezaron a desmantelar en 1998. Una tángana en júnior le hizo abandonar un par de años el fútbol, pero luego volvió a su club, en Territorial. Segunda, Primera... siempre marcando y jugando por diversión hasta que Quim Ayats le ficha para el Premiá de Tercera. «Fui a hacer una prueba y me dijo que le llevara al día siguiente la foto para la ficha. No me lo creía». De ahí al filial del Espanyol y el salto a Segunda B, donde no fraguó, aunque esa experiencia le valió para pensar que realmente sí se podía dedicar a esto hace solo cinco años. Más vueltas por Cataluña: Badalona, Olot y finalmente Cornellá, donde explota con 23 goles en media temporada.

Entonces llegó la oportunidad. Dudó en aceptar la oferta del Extremadura en plena Navidad. Su mujer Sandra, su aliada, su consejera, su amiga, tenía un buen trabajo en casa y si quería acompañarle debía pedir una excedencia. Pero arriesgaron. El sueño merecía la pena. También por Enzo y Daniela, sus hijos, esos por los que paseaba en bicicleta por Almendralejo, como uno más, quizá por eso se cantan sus goles en noche de hogueras. O quizá por los 26 tantos que firmó en un año entre diciembre y diciembre.

Goles y más goles que le llevan a otra encrucijada: el Huesca o el Valladolid de su ídolo Ronaldo. «El Huesca fue el club que mayor confianza depositó en mí. Por eso aposté. Además me dijeron que iba a hacer mal tiempo, mucha niebla pero desde que llevo aquí solo sale el sol», sonríe Enric, que triplicó su sueldo con su nuevo contrato que le asegura seguir en la élite hasta 2022. En Primero o en Segunda. «La diferencia con Primera se nota a todos los niveles, dentro y fuera del campo. La relación en los vestuarios es lo que nunca cambia», indica de su nueva condición.

La permanencia no será fácil, lo sabe, pero luchará por ella como por cada balón, como ha hecho por su vida, como cada chico del Buen Pastor. «Soy de vivir el presente. Si me ha tocado esto con 32 años es lo que hay. Trabajar con la máxima ilusión, estar con el Huesca a muerte y ya está. Me siento una persona más. Es verdad que el fútbol es mi vida, ahora a otro nivel. Pero soy familiar y si tengo que ir a comprar al supermercado, pues voy». Con toda la normalidad del mundo.