Cuentan los sociólogos que los niños se educan a través de los modelos que ven en la sociedad, con patrones que imitan de forma inconsciente y que luego resulta prácticamente imposible exterminar, porque germinan y echan raíces. Con esta premisa, resulta extraordinario analizar el papel que las mujeres muchas veces tienen reservado en el deporte: el de mujer florero. ¿Por qué son azafatas modelos las que entregan las medallas a los deportistas? ¿Por qué son chicas sexis las que sostienen el paraguas a los pilotos de Fórmula-1 cuando suben al coche? ¿Por qué cualquier club que se precie tiene un grupo de animadoras? ¿Era necesario que el Mundial de Fútbol tuviese una Miss?

Las mujeres deportistas lamentan que el espacio que ellas no ocupan en los medios de comunicación cuando compiten, sí lo tienen como elemento ornamental. Hace semanas, corrieron ríos de tinta sobre la elección de la Miss del Mundial, la colombiana Daniela Ocoró, de quien no destacaban especialmente sus estudios en arquitectura, sino lo voluptuoso de sus curvas y quien fue elegida por un tribunal digno de ser mencionado: exjugadores, exárbitros, exentrenadores y periodistas deportivos. Tras el campeonato, la prensa dedicó páginas enteras a destacar el atractivo de las mujeres de los jugadores alemanes, que saltaron al campo tras la victoria. Las mujeres de los héroes alemanes o Argentina vs Alemania: las novias más guapas fueron algunos de los titulares esos días.

¿Creen que este papel de la mujer es culto a la belleza o machismo del rancio maquillado de halagos?

Para buena parte de los sociólogos se trata de un fenómeno de cosificación de la mujer.

Defienden que su rol en el deporte obedece aún hoy a estereotipos anacrónicos, a un paradigma en el que lo femenino implica belleza, sumisión y entretenimiento, mientras que lo masculino se apoya en valores como la fuerza y la competitividad. Siguiendo estos cánones, el papel de la mujer se limita a un rol de premio para el héroe vencedor, de ahí la importancia de su belleza y su utilización como gratificación sexual. "Una familia va a preferir esto a que le salga un marimacho jugando al fútbol, y eso es lo surrealista", afirma Pilar Neira, presidenta de Mujeres Deportistas Gallegas.

Sobre la cosificación de la mujer en el deporte, la socióloga Anna Vilanova considera que es una reproducción de estereotipos y pide una enseñanza que sensibilice tanto a alumnos como a profesorado para evitar la discriminación. Un estudio del Consejo Catalán del Deporte a cargo de Vilanova relata con detalle cómo se van construyendo las identidades de género a través de los roles, y se configura lo que denomina "currículum oculto": dado que las declaraciones despectivas hacia las chicas ya no son políticamente correctas, el machismo se hace más sutil y se propaga no a través de expresiones verbales, sino de clichés inconscientes, que son mucho más invisibles.

Cuando una niña ve repetidamente que los chicos compiten y las chicas guapas son solo las que entregan las medallas, interioriza este papel. Cuando ve las burlas a un niño que hace ballet o a otra niña que juega al fútbol, registra ese comportamiento crítico como normal. Es la semilla del machismo y sus hijos la tienen disponible todos los días en la escuela, los partidos de la tele, en el parque y, cuando compren el periódico, esperemos que aquí ya no.