No hubo tiros, pero la fuga, ayer, de un recluso de la prisión de Picassent fue de película. Ocurrió durante un traslado al Hospital General de Valencia, donde el preso, de 32 años y nacionalidad moldava, acudía a la revisión de una herida de bala en una pierna. Una pareja de la Guardia Civil lo custodió hasta la entrada del hospital. Allí, dos cómplices del recluso encañonaron a los agentes, les hicieron tumbarse y los desarmaron mientras los golpeaban con las muletas que llevaba el interno, según explicaron varios testigos.

El preso se dio a la fuga tras subirse a una moto conducida por uno de sus cómplices. El otro delincuente en la fuga huyó a pie. El delegado el Gobierno en Valencia, Juan Cotino, defendió la reacción de los agentes: "Evitaron el riesgo de disparos en una zona donde había muchas personas".

El preso huido se encontraba en el pabellón de preventivos en régimen de primer grado, reservado para presos peligrosos. La acumulación de estos reclusos hace de Picassent la prisión no especializada más saturada, con el doble del máximo de internos aconsejado. Los funcionarios del centro denuncian que sufren agresiones a diario y advierten de los continuos "intentos de evasión y tenencia y fabricación de armas artesanales".

Bajas, traslados y hasta un fallecimiento por ataque al corazón durante el trabajo ha reducido a la mitad la plantilla inicial de médicos de la cárcel, que tenía a 21 facultativos. Los doctores trabajan sin protección en las celdas. El hospital penitenciaria, con 150 pacientes, la mitad de ellos enfermos mentales y algunos terminales, no dispone de psiquiatras ni atención nocturna.

El personal sanitario ha llegado a la huelga de hambre en sus métodos reivindicativos. El colmo de la sinrazón, según un trabajador del centro, fue la venta de bolsas de nueces en Navidad que contenían un aparato para abrirlas y que algunos internos convirtieron en armas.