Al mismo tiempo que de vez en cuando acariciaba el micro con la mano derecha, Òscar Camps no dejaba de reprender sin filtro y con total crudeza la política de la Unión Europea (UE) en materia migratoria. El fundador de Proactiva Open Arms llegó ayer a Barcelona con el barco de rescate que la semana pasada sacó del Mediterráneo a 60 personas. Se convirtieron en los 60 del Open Arms, pero él insistió en que más de 300 han perdido la vida en el mar en estos días de travesía hasta Cataluña. Porque apenas había embarcaciones que fueran a por ellos. «En el mar no hay migrantes; hay navegantes o náufragos», resumió el socorrista.

El barco tocaba puerto con 45 minutos de retraso en su misión número 46. «Esta nunca la olvidaremos», compartió Camps. Sobre las 11.15 horas atracó en la zona de cruceros. Al poco rato, junto al navío naranja de la oenegé, pasaba otro barco repleto de turistas. De bandera italiana, para más señas. Precisamente ese país, junto con Malta, no permitió al Open Arms dejar en sus pantalanes a esas personas arañadas del mar.

Los rescatados bajaron a tierra en buenas condiciones, según detalló Cruz Roja, que desplegó hasta 70 efectivos. Ninguno de ellos requirió hospitalización, así que todos fueron trasladados a los centros de acogida, en Esplugues (los hombres) y Manresa (las mujeres, niños y familias). En el puerto quedó el barco, con apenas 2.000 litros de combustible (requiere de unos 4.500 diarios) y las neveras con telarañas. Se reabastecerá y regresará pronto a lo suyo.

LA QUEJA

En la rueda de prensa de la tarde, Camps agradeció la acojida, pero dejó también claro que en el fondo «no hay nada por lo que dar las gracias porque abrir los puertos es una obligación» en estas circunstancias. «Cuesta mucho entender lo que está pasando cuando estás en medio del mar. No hemos rescatado 60 personas, hemos dejado morir a 340. Y más que perderán la vida en los próximos días. Ahora no hay ningún barco en la zona. Malta no deja salir a los buques humanitarios que están en sus puertos e Italia no deja que entremos (el célebre Aquarius está atracado en Marsella). ¿Quién hace cumplir a los países que de forma arbitraria, como porteros de discoteca, deciden quién entra y quién no?».

Las 60 personas desembarcadas por el Open Arms dispondrán de un permiso humanitario de 30 días, 15 menos que los que el Gobierno cedió a los hombres, mujeres y niños que llegaron a Valencia a mediados de junio. En esta ocasión, Francia no se ha abierto a acogerles, como sí hizo en el caso del Aquarius, así que los rescatados por el navío de bandera española no podrían cruzar la frontera. Al menos de manera legal. Es de esperar que todos ellos, de 14 nacionalidades distintas, reclamen la tarjeta de refugiado, lo que les daría derecho a la acogida por parte del Estado si se acepta estudiar sus casos. Pero eso no será pan comido.

En España «hay más de mil personas esperando entrar en ese programa de atención». Tampoco es mucho más halagüeño el número de expedientes por resolver: un total de 42.000. Y luego están los rechazados (dos tercios), que de la noche a la mañana, aunque ya estén trabajando, se convierten en inmigrantes ilegales y, por ende, en aspirantes a ser devueltos al país de origen.

Óscar Camps evitó la confrontación con el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini. «Le gustaría que nos acordáramos de él», dijo el fundador de Proactiva. Pero no lo hizo. Apeló al ministro de Transportes del país transalpino, Danilo Toninelli, responsable de la guardia costera, al que invitó a «desobedecer órdenes cuando se impone cumplir la ley del mar». Se refería a la obligación de acoger en el puerto más cercano a cualquier barco con problemas. En el terreno político, la alcaldesa de Barcelona dio la bienvenida al Open Arms.