En agosto del 2012, miembros de la asociación ecologista WWF capturaron un atún cerca de Roses, lo midieron, le extrajeron una muestra de la aleta para efectuar un análisis genético, le colocaron un dispositivo para grabar sus desplazamientos y, finalmente, lo devolvieron sano y salvo al mar. Un año después, y según los planes previstos, el dispositivo se soltó, emergió hasta la superficie del mar y transmitió a un satélite los datos acumulados durante el periodo. El atún se encontraba en esos momentos en la costa de Libia, un lugar habitual de reproducción, pero la sorpresa fue descubrir que había pasado todo el invierno en el golfo de León y que no había realizado la migración anual por el estrecho de Gibraltar hasta el Atlántico, un desplazamiento que se supone consustancial a la biología de la especie. Los mismos resultados se obtuvieron con otros ejemplares: se desplazaban desde el norte del Mediterráneo, donde abunda el alimento en invierno, hasta el sur, donde las aguas más cálidas son óptimas para el periodo reproductor.

Regular capturas

No es excepcional avistar algún atún invernal en Cataluña, Baleares o el sur de Francia, pero los resultados del trabajo, que ha incluido la colocación de un chip a un centenar de ejemplares durante los últimos cinco años, "son la primera prueba científica de que una parte de la población del Mediterráneo occidental, en un porcentaje difícil de determinar pero no escaso, no emigra al Atlántico. Y lo mismo sucede en sentido contrario con atunes marcados en Marruecos", explica Sergi Tudela, responsable de pesquerías mediterráneas de WWF. La otra sorpresa fue comprobar que los animales analizados no se desplazaron hacia el este del Mediterráneo y, por tanto, no entraron en contacto con los núcleos atuneros de Turquía y Grecia.

Conocer las pautas migratorias ayudará a determinar el estado real de las poblaciones. Para estimar los estocs, lo que hace el ICCAT --el organismo internacional que regula las capturas-- es analizar el tamaño de los ejemplares capturados y extrapolar, pero no tiene en cuenta las diferentes densidades regionales, al margen de que la pesca ilegal y el engorde en granjas distorsionan los resultados, considera Tudela. Es decir, que no todas las áreas de pesca pueden soportar la misma presión. "Necesitamos muy buenos datos para poder tomar decisiones", resume la bióloga Gemma Quílez, también de WWF. Así, por ejemplo, saber que las poblaciones del Mediterráneo oriental no entran en contacto con las occidentales "debería llevar a crear cuotas diferenciadas".

Los atunes, al igual que los salmones, tienen una gran filopatria, atracción por regresar al lugar donde nacieron, pero también son peces oportunistas que van donde hay alimento. Uno de los animales marcados en el Atlántico oriental llegó incluso a Terranova, el lugar de invernada de la amenazada población del golfo de México. "No sabemos si hay intercambio, pero sí tenemos confirmación de que atunes europeos llegan a América", prosigue Tudela.

Los transmisores que WWF coloca son de dos tipos: están los llamados pop-up, que se clavan a la piel y envían datos por satélite en cuanto se sueltan, y una especie de chip que se coloca mediante una pequeña incisión y que solo se recupera si el atún es capturado (el responsable de la pesca es gratificado con 1.000 euros si lo comunica). Durante la colocación de los sensores, los atunes son hidratados y se les tapa los ojos para evitar que se estresen. Además de la ubicación, los datos obtenidos permiten determinar la profundidad a la que los animales nadan y los periodos de actividad.

La colocación de los sensores se ha realizado a menudo en colaboración con las asociaciones de pescadores sin muerte que suelen organizar competiciones de captura y suelta tras la puesta del chip.