Antes de la España floreciente y rica, origen de la burbuja que nos ha estallado con tanto dolor, hubo un tiempo de reconversiones industriales que afectaron a casi todo el territorio. Fueron muy duras y aunque casi las hemos olvidado, la reconversión de los astilleros, la siderurgia, los bienes de equipo o de la minería dejaron jirones de nuestra historia industrial por el camino en aras de, se supone, un país más competitivo. Los lunes al sol no es, mi mucho menos, una película de ficción.

La crisis financiera lleva el mismo camino, ajuste, reducción de capacidad y supervivencia del más fuerte. Los primeros pasos de la reestructuración fueron lentos pues se confiaba en que la crisis no fuese ni tan larga ni tan profunda. Pero la segunda recaída, provocada por el ultrarrigor presupuestario impuesto desde Alemania, ha hecho que el proceso ya no sea de aterrizaje suave o fusión fría, sino de ajuste puro y duro.

El guión de lo que hay que hacer nos lo escribieron antes de verano en el memorándum of understanding (MOU) que daba pie a las ayudas: reducción de capacidad y reparto del esfuerzo con los inversores privados. La materialización del mismo no ha sido rápida pero está llegando. Menos oficinas, menos plantilla y pérdidas para accionistas y tenedores de instrumentos híbridos (o sea preferentes). Y la verdad es que tiene sentido.

El populismo y la demagogia llevan a calificar el proceso como de "ganancias privadas y socialización de pérdidas" pero lo que propugna el MOU, según la teoría económica liberal, es privatización, aunque sea parcial, de las pérdidas. Es verdad que el empleado de caja de una sucursal de una entidad nacionalizada no tiene culpa, pero cuando se nacionaliza una entidad las cosas han de cambiar pues el dinero público está para garantizar los ahorros de los depositarios y no para mantener retribuciones de depósitos por las nubes, lanzamiento de nuevas marcas o patrocinios glamurosos. Parece que la etapa está superada.

Los planes aprobados por el Banco de España para las entidades nacionalizadas son claros: ajuste de capacidad o venta. Y tienen todo el sentido del mundo. Las pérdidas de los accionistas y de los tenedores de preferentes también son lógicas basándonos en la naturaleza de los productos. Otra cosa es cómo se comercializaron. Es innegable que en muchos casos, pero no en todos, se comercializaron a personas que no tenían cultura financiera suficiente. Probablemente, deben actuar los mecanismos de protección al consumidor pero la posición del FROB y de Bruselas es la correcta. La reestructuración del sector financiero está encarrilada y salvo sorpresa llegaremos a un 2014 con un mapa razonablemente estable y, sobre todo, protagonizado por entidades solventes. Aún quedan meses de sufrimiento y de escasez de crédito pero se ve luz al final del túnel.