La cola comenzaba en la calle Virgen de los Peligros, subía por Alcalá hasta la Puerta del Sol, bajaba hasta la plaza de Cibeles, volvía a subir y de ahí enfilaba Cedaceros, bajaba por Los Madrazo, llegaba al paseo del Prado y acababa la carrera de San Jerónimo: allí, en el salón de los Pasos Perdidos del Congreso, estaba el féretro de Adolfo Suárez. Para quien desconozca el callejero madrileño, casi tres kilómetros de ciudadanos en fila para despedirse del expresidente del Gobierno tras esperar al menos tres horas bajo la intermitente lluvia. Ante un personaje tan atacado en el apogeo de su vida política como Adolfo Suárez, puede que lo que ocurrió ayer se entronque en esa tradición española de despellejar al vivo y homenajear sin mesura al muerto, pero al mismo tiempo hubo otros movimientos de mayor trascendencia.

Casi todos los dirigentes llevaron a Suárez a su terreno, lo cual dice mucho del fallecido, el primer presidente de la democracia, un hombre que personificó algo tan indefinible como el centro ideológico. Para el presidente catalán, Artur Mas, su ejemplo debe servir para que el Gobierno no se encierre, sea "audaz" y autorice la consulta de autodeterminación, prevista para el 9 de noviembre. Para el Ejecutivo, su herencia implica no transigir ante ese mismo referendo. Para IU, que algo tan contrario al consenso constitucional como la modificación exprés de la Carta Magna en el verano del 2011, para instaurar el principio de estabilidad presupuestaria que reclamaba Alemania, no vuelva a repetirse.

EL RECONOCIMIENTO Apropiaciones al margen, todo fue solemne. La llegada del cortejo fúnebre, con el féretro envuelto en una bandera española y transportado a paso lento por miembros del Ejército. El Rey, artífice de la carrera de Suárez, que salió del coche oficial, entró ayudado por un bastón en la capilla ardiente, colocó sobre el ataúd el Collar de Carlos III, concedido minutos antes por el Consejo de Ministros, y dijo después que su muerte era "una gran pena". El continuo desfile de autoridades: de José María Aznar a Felipe González, pasando por José Luis Rodríguez Zapatero y Jordi Pujol. Y la gente, sobre todo la gente. En gran parte de la generación nacida en plena dictadura, pero también muchos veinteañeros para quien el expresidente del Gobierno siempre ha sido el pasado.

Mas llegó a las dos y cuarto. Tras el paso por la capilla ardiente, lo primero que hizo fue ceñir los términos de su viaje a Madrid. "Es para mostrar mis respetos a Suárez y dar el pésame a la familia", dijo en el patio del Congreso. Entonces pasó a glosar al fallecido, en un largo parlamento en el que unas veces pareció que se comparaba a sí mismo con el expresidente --"miró más por el bien del país que por su bien personal y el de su partido"-- y otras, la mayoría, que ponía al actual inquilino de la Moncloa, Mariano Rajoy, frente al espejo de Suárez. Con el cuerpo del fallecido a menos de 30 metros, Mas invocó sus "valores" para criticar al líder del PP e insistir en que debe moverse y autorizar la consulta.

"En los momentos actuales esos valores se echan a faltar, porque hoy hacen más falta que nunca --dijo el presidente catalán--. Lo quiero subrayar desde una perspectiva de Cataluña. Suárez, junto al Rey, restableció la Generalitat antes, y lo subrayo, de que se aprobara la Constitución. Quien lo vio y quien lo ve. A grandes retos, grandes soluciones. Se necesita un gran coraje para enfrentarnos a esta situación. Suárez nunca miró hacia otro lado; se enfrentó a los problemas. Ni los soslayó, ni los rehuyó. Lo deberíamos tener muy presente".

REPROCHES Sobre las palabras de Mas socialistas y conservadores emplearon adjetivos como "impúdico" y "obsceno", pero una de las primeras críticas en abierto vino de alguien cercano. "Este es un mal momento para instrumentalizar su figura", señaló Miquel Roca, exportavoz de CiU y padre de la Constitución. La polémica llegó hasta Manila, donde el titular del Ministerio de Exteriores, José Manuel García-Margallo, de visita en Filipinas, hizo lo mismo que el presidente catalán, solo que en sentido inverso y a 10.000 kilómetros de distancia.

"Adolfo Suárez abordaría la cuestión catalana de la misma forma que lo aborda Rajoy", dijo el ministro García Margallo. Pero no fueron más que regates de una política incapaz de sustraerse a sí misma dentro de un día que será recordado por la emotiva despedida a un hombre al que el paso de los años ha ido haciendo más grande.