Los enfermos de Alzheimer lo pierden absolutamente todo, incluso el carácter y la personalidad. En el 5% de casos en que el mal es de origen genético, hereditario y familiar, la demencia puede aparecer a partir de los 35 o 40 años. Para el resto de afectados, el proceso degenerativo se inicia a partir de los 65 años, cuando afecta a una de cada 20 personas, tres mujeres por cada dos hombres. Uno de cada cinco mayores de 80 años desarrollan la enfermedad y, tras los 85 años, la dolencia afecta a una de cada tres personas. La enfermedad incapacita al afectado, que precisa cuidados las 24 horas del día.

Al principio, son leves olvidos de datos o tareas de la vida cotidiana. Poco después --el Alzheimer avanza en forma de brotes irreversibles-- se pierden objetos que, en muchos casos, el afectado a guardado bien, intuyendo que podía perderlos. Lo inmediato se va alejando de la memoria, para dejar en su interior sólo lo vivido en la infancia o la juventud. Más tarde, desaparece la capacidad de razonar, el pensamiento abstracto y el lenguaje. Los familiares se convierten en desconocidos. En la fase final, el olvido afecta al instinto de tragar los alimentos y a la facultad de caminar. El deterioro físico se generaliza.