«Es algo que te trastoca la vida, yo daba clases en una academía de inglés y estuve diez días sin aparecer por allí y sin que nadie diera explicaciones», evoca el periodista Mario Sasot sobre su detención por repartir octavillas. Lo más duro fue su paso por la comisaría del paseo María Agustín. Estuvo aislado en una celda en la que la luz estaba constantemente encendida durante tres jornadas. Y recibió fuertes golpes que le dejaron dolorosas marcas en el abdomen. «Muchos de los comisarios que estaban allí luego recibieron medallas», critica. Por culpa de la represión franquista Sasot perdió su empleo, pero cree que las acciones que impulsaron aquellos años fueron algo necesario, aunque sabe que los que permanecieron callados fueron premiados con una vida estable. «Fue una etapa intensamente vivida, va mucho más allá de los pájaros en la cabeza que pudiéramos tener, pues pusimos sobre el tablero nuestra solidaridad personal y el régimen tuvo que emprender cambios», añade. Sasot se interesó en la vida política durante su estancia en la facultad de Filosofía y Letras. «La situación no era normal, era necesario arriesgarnos a las detenciones», reconoce.