Cómo irá la economía en el año que ahora comienza? ¿Continuará el malestar o veremos una mejoría clara y sostenida? De la misma forma que no hay mal que cien años dure, tampoco hay recesión que, tarde o temprano, no acabe. Y aunque las señales de mejora son ambiguas, mi impresión es que lo peor ha pasado.

Así, el temor a que las economías norteamericana y alemana pudiesen entrar en deflación ha desaparecido. Una deflación ocurre cuando bajan los precios, dando lugar a un círculo perverso en el que caen porque no se consume, y no se consume porque los precios caen, debido a que mañana podemos adquirir más barato lo que íbamos a comprar hoy. Vamos, lo de Japón desde hace 10 años. Al menos este peligro ha desaparecido.

Por otro lado, las empresas han utilizado la recesión para digerir los excesos de los años anteriores. Han absorbido parte de los excesos de capacidad de producción; han saneado sus cuentas financieras; han desinvertido en negocios que no eran lo suyo; han vuelto a la disciplina de costes; y se han reorientado al dividendo como criterio de buena gestión, dejando de lado el aumento del precio de la acción, que tanto daño ha hecho a las empresas y a la economía en la última década. Aunque en este terreno no todo está limpio todavía. En los balances contables de algunas empresas hay aún contabilidad creativa, es decir, mucha estafa. Véase, si no, el caso de Parmalat en Italia.

En cualquier caso, estamos asistiendo a algunas sorpresas agradables. Japón parece retornar al crecimiento, aunque lentamente. China está que se sale de cualquier ranking . Rusia ha retornado a los mercados de capitales tras la crisis y suspensión del pago de la deuda de 1999. El crecimiento vuelve también a América Latina. Y, lo más importante de estas sorpresas, ese crecimiento está apoyado en el retorno de la inversión empresarial, lo único que hace que una recuperación sea duradera.

LA MEJOR MEDICINA La vuelta al crecimiento es esencial para reducir la desigualdad y la pobreza. Aunque un país no tiene por qué esperar a ser rico para adoptar políticas sociales que mejoren las oportunidades de sus gentes, la mejor medicina contra la desigualdad y la pobreza es crecer. China e India son dos buenos ejemplos. América Latina y Africa son el contraejemplo dramático.

Pero la vuelta al crecimiento es importante también porque durante los dos últimos años la economía internacional ha estado volando con un solo motor --el de la economía norteamericana--, una situación que no es ni estable ni duradera, y que pide con urgencia que otros motores se pongan en marcha. Lo que ocurra con la economía europea a lo largo del 2004 será determinante.

En esta ocasión parece que la UE sí se va a enganchar a la recuperación. Permanecen algunas incertidumbres importantes, como la evolución del euro, pero la mejoría de las condiciones financieras de las empresas, el retorno a los beneficios, la continuidad de los bajos tipos de interés y la mejora del entorno internacional son factores alentadores. Y además está la ruptura del pacto de estabilidad presupuestaria.

Al contrario que muchos analistas, no veo mal la quiebra de ese cinturón de castidad presupuestaria. Hay vicios que practicados con mesura se transforman en virtudes, y virtudes que practicadas con desmesura se transforman en vicios.

Lo de los norteamericanos con el déficit público es el ejemplo de vicio convertido en virtud. América ha comprado la mejor recuperación económica que se puede comprar con déficit público y dinero barato. Europa, por el contrario, ha practicado de tal forma la virtud presupuestaria y la continencia monetaria que iba camino de provocar la anorexia económica.

Si ése es el previsible panorama europeo e internacional, ¿cómo le irá a la economía española? Mi impresión es que España está bien, pero va mal.

Las fuerzas que en estos últimos años han hecho que el crecimiento y el empleo en España hayan sido más elevados se agotan. El efecto del dinero barato ha llegado a su fin. Y con ellos, todo aquello que se compra con el dinero fácil, especialmente coches y viviendas.

Aunque las tasas de crecimiento del 2004 serán ligeramente superiores a las del año pasado, difícilmente alcanzaremos las del 2001 (2,7 %), y mucho menos las del 2000 (4,2%). Por contra, los precios y los tipos de interés tenderán a subir.

La subida de tipos hipotecarios puede traer dificultades a la hora de pagar el mayor coste de la hipoteca. Pero, aun así, el elevado endeudamiento de las familias españolas no necesariamente tiene que desembocar en un escenario catastrófico, que sólo se produciría si simultáneamente se produjese un alza significativa de los tipos hipotecarios y un descenso del valor de mercado de las viviendas.

Pero dada la mayor capacidad de refinanciación que tiene el actual sistema financiero, siempre se podrán alargar los plazos, para mantener la cuota mensual. Por eso, dependiendo de la corriente de gastos e ingresos de cada familia, es conveniente plantearse la hipoteca a tipo fijo, ahora que los intereses aún están bajos.

Pero mi percepción de que estamos bien, pero vamos mal, se apoya en mayor medida en lo que está pasando con la industria. Cada vez tenemos más viviendas, en gran parte desocupadas, pero menos fábricas. Y, además, la eficiencia de muchas de esas industrias deja mucho que desear.

A pesar del excelente comportamiento de nuestras exportaciones, especialmente las de mayor contenido tecnológico, lo que me llama la atención es la pérdida creciente del mercado español por parte de las empresas españolas. Si a eso añadimos las desinversiones que están llevando algunas empresas, especialmente norteamericanas y japonesas, para trasladarse a los nuevos miembros de la UE, el panorama de nuestra industria no es para echar cohetes.

Por eso creo que es urgente abordar el problema del actual modelo de organización empresarial, un modelo jerárquico y obsoleto, que está lastrando la capacidad competitiva de muchas de nuestras empresas, ancladas aún en la competencia basada en salarios bajos y, por tanto, en el empleo temporal y de baja calidad.

Aunque hay un pequeño grupo de empresas muy innovadoras, la mayor parte son muy renuentes a la innovación organizativa total, que incluye políticas orientadas a la mejora tecnológica, a la calidad y orientación al cliente, a los recursos humanos y a las formas de organización del trabajo y participación de los trabajadores.

El reto de nuestros empresarios y sindicatos es demostrar que saben afrontar esa necesaria innovación organizativa; y el de nuestras autoridades, que saben utilizar las políticas públicas para mejorar esa capacidad de innovación, y no sólo para defender el déficit cero.

Confieso que me siento un fisiócrata industrialista. Pienso que el valor social y económico del empleo industrial es mayor que el de la agricultura, el turismo o la construcción. Un modelo más avanzado de organización de la empresa industrial es deseable tanto para las propias empresas como para la sociedad en su conjunto, ya que significa más formación de los trabajadores, más estabilidad en el empleo y más posibilidades para el desarrollo personal. Se trata de volver a hacer el esfuerzo de innovación organizativa que se hizo en los años 60. Nos jugamos el futuro industrial, y con él, nuestro bienestar.