«Ser trans no es algo de lo que te das cuenta un día de la noche a la mañana. Parece que la gente lo cree así y te mira por encima del hombro haciendo que te sientas un bicho raro, pero qué va. No es eso». Iván Rodrigo tiene actualmente 21 años pero no fue hasta hace «cinco o seis meses» cuando «exploté». «Ya no podía más. Soltaba alguna indirecta en casa pero, si bien fuera de la familia mi entorno hacía mucho que lo sabía, en casa intentaba ser distinto».

La condición de militar de su padre, además, le hacía presagiar que todo iba a ser aún más complicado. «Me daba miedo cómo podía reaccionar. Nunca sabes cómo se puede recibir una noticia así», reconoce. Sin embargo, ahora es su madre la que «peor lo lleva». «Mi padre dice que se acabará acostumbrando, pero ella afirma que, al fin y al cabo, ha tenido que dejar de lado toda una vida».

Pero aquel día, cuando Iván explotó, comenzó su «liberación». «Mi vida es muchísimo mejor ahora. Soy yo y no tengo que representar ningún rol. Me he quitado un peso de encima que me ha costado derramar muchas lágrimas», indica.

En su caso, además, su entorno se ha convertido en un fiel aliado. «En el trabajo los compañeros me tratan como lo que soy, como un hombre. Es más el miedo que te da contarlo que su reacción posterior. Es genial», celebra.

También el fútbol sala, una de sus pasiones, camina hacia la normalidad. «Sin problemas con los chicos», si bien el impedimento de no tener registrado un nombre masculino está causando problemas a la hora de inscribirse en un equipo masculino. «El entrenador que tuve en un equipo femenino y que ahora entrena a chicos me ha dicho que hará todo lo posible».

Ahora, los sueños de Iván son los mismos de tantos otros. «El objetivo no es otro que ser quienes somos» y aconseja a los jóvenes que estén pasando por una situación similar a la que atravesó él que destierren el miedo. «Les digo que no lo tengan. Tarde o temprano acabarán por aceptarlos. Que no lo duden».