Bandadas de grullas surcaban el cielo en dirección Norte a mediodía de ayer, a la misma hora en que grupos de políticos avanzaban penosamente entre la multitud concentrada en el Tío Jorge para celebrar la Cincomarzada.

La mañana había salido nublada, pero la temperatura era buena, y la gente se apretaba en la entrada sureste del parque, donde se alineaban tenderetes de complementos, como en la planta calle de cualquier centro comercial. Los había de ropa, de baratijas, de juguetes...

Los garitos de sindicatos y partidos políticos se hallaban estratégicamente situados a uno y otro lado de los caminos que cruzan la gran zona verde de la Margen Izquierda, en los mejores sitios.

"Demasiado politiqueo", comentó Javier Sanz, que había ido con Esther, su hija de 10 años, a darse una vuelta por la fiesta. "No es un acto ciudadano, es un acto político", dijo dolido.

Bajo las alamedas todavía invernales los líderes políticos saludaban a sus seguidores y daban sus pequeños mítines, pero sus discursos no dominaban el ambiente. En realidad, la Cincomarzada seguía siendo la misma de siempre, una amalgama de músicas contrapuestas saliendo de todos los altavoces, más el penetrante olor a longaniza a la brasa que impregna el aire. Por dos euros y medio los chiringuitos ofrecían bocatas de longaniza y vasos de cerveza o tintorro como forma rápida y eficaz de matar el hambre y de no sentirse al margen de la marcha general.

En un claro del bosque urbano, el cantautor Carbonell competía con el guirigay sonoro con canciones muy del momento, en contra del trasvase y de Aznar.

"¿Gente? La misma que otros años o más", comentó Andrés, que servía cañas en una cantina al aire libre. "Parecía que, como el día ha salido tristón y además es puente y todo eso, no iba a haber tanto personal como otros años, pero son casi las dos de la tarde y esto está a tope".

Colectivos de lo más diverso ocupaban su correspondiente parcela de césped (o tierra batida), desde Disminuidos Psíquicos de Aragón y ecologistas, a aficionados al motociclismo. Exploradores de España incluía una novedad en su barra. Servía pastas caseras. "Nos dimos cuenta --señaló el responsable de la entidad-- de que la gente se ponía ciega de embutidos, pero que no había nada de postre. De ahí surgió la idea".

La falúa Vadorrey , de la asociación Iberflumen, navegaba a través del estanque llevando familias de una orilla a otra. Alrededor de la balsa comían, preparaban calderetas y retozaban centenares de jóvenes agrupados en pandillas.

En un extremo del parque, cerca de la salida norte, el bus de la magia (un espectáculo infantil) satisfacía las ganas de diversión de montones de niños.

La Policía Local movilizó a un centenar de agentes a lo largo del día para velar por el orden interno en el Tío Jorge. No ocurrió nada digno de mención. Sin embargo, los cincuenta efectivos de Cruz Roja tuvieron algo más de tajo.

"Lo típico de todos los años, informó un ATS. "Gente que se tuerce el tobillo, gente que bebe más de la cuenta, gente que se enzarza en peleas..."