Siempre he mantenido que el título debe advertir de la tesis que se defiende en el artículo. Pues bien, la indubitable victoria de Pedro Sánchez y el PSOE dejan un final abierto a este culebrón político que empezó hace 10 meses y acabará con las elecciones del 26 de mayo próximo. Hasta entonces no hará acuerdo de gobierno porque el tablero de juego es amplio, complejo y poliédrico.

También he mantenido siempre que la sociedad española vota con mucho sentido común y defendiendo un poder moderadamente progresista. Uno de los eslóganes más certeros del PSOE era aquel que decía «el partido que más se parece a España». Por el contrario, el regreso del PP de Aznar-Casado y su radicalismo visceral frente a la templanza de Rajoy, sin obviar a la Gürtel, ha supuesto su gran fracaso. El relativo triunfo de Cs y el evitado colapso de Podemos son meros figurantes en la obra. Vox es un personaje que se ha colado en la obra y al que no le otorgo mucho futuro. Su campaña se la han hecho el miedo de todos los demás.

Las variantes posibles para formar gobierno en España son varias: 1) PSOE-Podemos-nacionalismos; 2) PSOE-Cs; 3) PSOE en solitario con la abstención de… Esta tercera posibilidad pienso que es la más viable, y a la que podemos definir como geometría variable, pues permitiría al PSOE acordar a izquierda y a derecha las distintas propuestas que elaborase al interior del gobierno. Nadie se comprometería totalmente con el PSOE y el Parlamento recobraría su función básica de discutir y consensuar sus acuerdos.

Soy consciente de que mi propuesta de geometría variable puede chocar con muchos de mis amigos y afectos (por ejemplo, mi cuñada Carmencita), pero esto no va de discutir sobre quién es más de izquierdas o qué me gusta más a mí, Lo importante es configurar un gobierno viablemente progresista y estable. Y esa es la gran virtualidad del PSOE, al margen de quién mande en cada momento.