Las calles de Ejea han amanecido hoy con una discreta actividad en una mañana soleada y tranquila. Hay menos movimiento de coches, gremios y personas que antes de decretarse el nuevo confinamiento, según explican los propios vecinos. Pero, pese a ese aspecto apacible, está lejos de ser una ciudad paralizada por el cierre de los accesos y el miedo al coronavirus.

«Ha bajado el tráfico de coches, en torno a un 20%, calculo», señala Mariví, que sirve combustible en la gasolinera de Cepsa en la carretera de Tudela.

No muy lejos, en el polígono de Valdeferrín, Óscar se afana en su taller para poner neumáticos nuevos a un vehículo. «Todo ha ido a menos desde marzo y ahora solo faltaba esto», se duele. Su actitud es la de muchos ejeanos. «La gente estamos resignados, no cabreados», subraya.

Una resignación que en algunos casos llega a la desmoralización. «Con el confinamiento perimetral hemos perdido los clientes de Erla, de Sádaba, de Sos, de Uncastillo...», enumera Jorge, el camarero del restaurante El Salvador. «Esta incertidumbre sobre el futuro hace que nos sintamos cansados, pues nos damos cuenta de que trabajamos más y producimos menos», resume.

En muchos residentes se detecta un enfado que a duras penas pueden contener. «La hostelería y el comercio están pagando las consecuencias de la actitud incívica de una minoría», denuncia Javier Laguarta, dueño de El Salvador y responsable de Ejea Hostelera, la asociación de bares, restaurantes y similares.

«Claro que hay preocupación», reconoce Jesús, un jubilado que pasa andando con su familia por delante del ayuntamiento. «Cualquiera con dos dedos de frente tiene miedo a contagiarse y a que esto se dispare», dice.

Cerca, María Laborda vende cupones de la ONCE. «Se venden muchos menos desde marzo», informa. Y cuenta que, desde su esquina en la avenida de Pablo Cosculluela, en pleno centro, pudo ver cómo el pasado martes centenares de vecinos de otros municipios se precipitaban a comprar comida en las tiendas ante la proximidad del confinamiento. «Fue una verdadera avalancha», describió.

«Hay menos clientes de los pueblos», confirma Cristina Díez, de la mercería Cositas de Mari, en la misma arteria. Y un repartidor de Alcampo señala que los pedidos a domicilio han aumentado «un poco». «Lo que no ha bajado es la animación de la calle, hay la misma de siempre», indica.

Muy cerca, en la terraza de una confitería, la camarera asegura que «hay el mismo ambiente de siempre». «Esto se ha exagerado mucho, se ha sacado de quicio», opina, y su voz queda velada en parte por el lento avance de una pesada máquina que asfalta la travesía principal.

Mientras, en las afueras de Ejea, muy extensas, la vida continúa. Los tractores levantan una polvareda blanca al labrar los campos y sale un humo grisáceo de las fábricas de piensos. Por las variantes circulan numerosos camiones, muchos de ellos con ganado porcino, y la nueva maquinaria agrícola reluce tentadoramente al sol en los concesionarios de la carretera de Zaragoza.