Teresa Guillén trabaja en una cadena dedicada a la venta de productos de higiene por 462 euros al mes. Se trata de un puesto de media jornada, de 20 horas en total que se reparten de manera variable, en virtud de las necesidades de la empresa. «Es un salario muy bajo que no da para vivir ni para nada», afirma Teresa. «En realidad, se trata de un complemento para la economía familiar, nada más», precisa.

Eso explica, según Teresa, que muchas de sus compañeras se vean obligadas a trabajar en dos sitios para conseguir reunir una cantidad suficiente para vivir. «El problema es que te ves forzada a coger trabajos a tiempo parcial porque no hay oferta de empleos a jornada completa», añade la empleada.

Estos contratos en el mundo de los servicios y del comercio en general, señala, suelen durar muy poco tiempo, cuestión de tres o cuatro meses en muchos casos, lo que «agrava la precariedad» que se deriva de los bajos salarios. Además, dice, la oferta de puestos de trabajo parciales, mal pagados y de horario variable está diseñada solo para mujeres, «lo que deja en muy mal lugar la política de igualdad laboral entre ambos sexos». Teresa está sola al frente del establecimiento. Ella sirve al público, cobra, repone el género y abre y cierra la tienda. De forma que, pese a no sacar ni siquiera 500 euros, desarrolla una labor de mucha responsabilidad. «El nivel de exigencia es alto, pero no recibimos ninguna formación», lamenta.